miércoles, 28 de octubre de 2009

acerca de la lectura de poemas

Este asunto de leer poemas es algo tan metafísico y tan práctico, tan preciso y tan ambiguo, tan difícil de definir, precisamente por esa bipolaridad (o sería mejor decir multipolaridad) en la que se mueve y por la que, a la vez, está compuesto. El poema, lo han dicho muchos escritores de esos que ya no es necesario citar, es una materia tan acomodaticia y voluble como el mismo espíritu del ser humano que lo produce y lo disfruta. El poema, esa materia que se puede disolver en cada uno de los jugos anímicos productos de la diversidad emocional que embarga a los hombres, se da el lujo de existir, de ser creado y de crearse a sí mismo en relación con cada uno de los momentos y con cada una de las situaciones en las que el lector de poemas (recreador de los mismos) encuentre la conexión precisa de su gusto estético con las palabras, las líneas, las ideas y las emociones que lo componen.

El poema está ahí, plantado como una materia desprevenida, tal vez dormido pero nunca muerto; siempre resonando como un eco en la vida de aquel lector que, encontrando una de las tantas maneras en que alguien puede conectarse con ese poema que le revela alguna parte de sí mismo, ha establecido la conexión indestructible, intemporal entre el hombre y la revelación poética. El poema es esa resonancia que le permite a un hombre (el lector) encontrarse entre los elementos que otro hombre (el poeta) ha dispuesto para expresar la maduración de una de sus experiencias, la cual por ser propia de un ser humano, puede ser compartida por otros seres humanos que hayan vivido una situación similar. Este es uno de los elementos que determina a tal revelación: la conjunción de las experiencias de vida entre el poeta y el lector a través del puente comunicativo en que se constituye el poema.

No podría afirmarse que el encuentro con el poema sea una cuestión azarosa; todo lo contrario; es producto sólo de la afinidad existente entre toda la amplia materia que lo constituye y la especial sensibilidad, cultivada por las múltiples experiencias, del lector que lo descubre. Al descubrir el poema, el lector se descubre a sí mismo. En este sentido, el poema también es revelación. El poema le permite al lector revelarse frente sí mismo, encontrando entre sus versos un poco del hombre que es. Aquí es preciso aclarar entonces que no es el poema el que ha de estar listo para el lector. Es el lector quien debe alistarse, prepararse para el poema. Todo poema plantea las debidas exigencias a quien lo lee. Si el lector no cumple en ese momento con los requisitos necesarios, probablemente no se encontrará entre las líneas de dicho poema. Entonces pasará de largo, seguirá su camino de hombre incompleto. El poema, por su parte, se quedará ahí, esperando esa posibilidad que siempre existe de un nuevo encuentro.

Jesús David Buelvas Pedroza