lunes, 26 de septiembre de 2011

Al borde de la impresencia

El lenguaje es el medio con el cual nos está dado nombrar lo que fuimos, lo que somos y lo que alguna vez dejaremos de ser. Como vehículo de significados, el lenguaje es el medio que nos permite -con la mayor capacidad de aproximación posible- nombrar los estados, las acciones y las formas que constituyen nuestra cosmovisión de seres ontológicos “poseedores” y poseídos de una conciencia (casi siempre dolorosa) acerca del tiempo y de nuestra presencia en él. Esta presencia; nuestra conciencia de la misma y de cómo esta es determinada por el rector de los asuntos que a la derrota y al desgaste le competen, son las razones esenciales para que el poeta se atreva a explorar, desde las más variadas posibilidades lingüísticas, una vía para hacer del lenguaje el vehículo de sentidos que precisa para nombrar las circunstancias en que él, como ser consciente y poseedor de una sensibilidad que lo conduce a poetizar, se encuentra.

La lectura del poemario “La Mejorada Impresencia” del escritor Gustavo Maceas nos permite descifrar los pasos con los que el poeta avanza en una búsqueda que después de mucho tiempo y trabajo consciente, le posibilita el dominio que precisa para nombrar con eficacia lingüística y tono acertado las preocupaciones que este vate de la existencia ha elegido como temáticas vertebrales de su canto. Este libro está escrito a partir de dos aspectos esenciales para la creación de una verdadera poética. En primer lugar, su lectura cuidadosa le permite al lector ubicarse frente a un edificio lingüístico en el que se evidencia un manejo consciente de elementos retóricos que le imprimen un ritmo particular al discurso empleado por el poeta para tratar los asuntos que le competen. En segundo lugar, es preciso destacar la profundidad metafísica con la que la voz poética aborda los temas referentes a la ubicación del ser en un plano de la conciencia que le permite mirarse a través de la temporalidad que lo limita. Estos dos aspectos son los que analizaré a continuación.

El edificio lingüístico construido por el poeta basándose en una sintaxis que le es particular a su discurso permite entrever los elementos experimentales que tocan a su poesía. En el transcurso de la lectura, el lector, además de prestarle atención al contenido de los textos, deberá analizar detenidamente la forma en que estas palabras y estos versos se entrelazan en tramas discursivas muy bien logradas gracias al empleo de figuras sintácticas tales como la anáfora, la anadiplosis, la epanadiplosis, la aliteración, la reduplicación y el paralelismo. En este poemario parecen revivirse los usos de un lenguaje al que la mayoría de nuestros poetas actuales rehúye por evitar los compromisos de conocimiento y la responsabilidad rítmica frente al discurso. Al asumir dicho compromiso, Gustavo Maceas encuentra una vía poética por medio de la cual estas figuras literarias se renuevan para hacer de su discurso un espacio propicio para la sonoridad, la emoción y el pensamiento.

La propuesta sintáctica mencionada anteriormente se evidencia desde el mismo título del primer poema. La remarcación silábica de la palabra “En-ti-erro” plantea una invitación a explorar el juego con las posibilidades rítmicas del discurso. Estas a su vez plantean una oportunidad para adentrarnos en la plurisignificación del lenguaje poético. Tal invitación se mantiene a lo largo del poemario por medio del empleo de las figuras literarias ya mencionadas y de las cuales es posible apreciar ejemplos como los siguientes:

- La recurrencia sonora de la anáfora en versos como “Ni el ojo responde/Ni la palabra tampoco” o “Queda por encima: sí del vértigo/Que da un ojal de luz: talla de luz/Que da una hoja de luz: tallo de luz”

- Las posibilidades de duplicación y ambivalencia semántica ofrecidas por la anadiplosis en versos como “Palabra en tu boca/Boca del silencio” o “Y pesar sobre todo/sobre todo allí donde el tiempo se suma a otro tiempo”.

- Las simetrías sintácticas presentes en el paralelismo al emplearlo en los periodos oracionales “qué importa si en la precariedad me sospechas/qué importa si en la precariedad me sorprendes”, “doble (para el impacto)/loco (por el impacto)” y “Sé que se muere en secreta vida/Sé que se vive en secreta muerte”.

- Las exploraciones rítmicas permitidas por la aliteración en muchos de los versos del poemario y de los cuales es posible señalar “sobre la rosa sobre su sombra”, “y casi siempre se desprende del presente” o “viendo venir el vacío”.

A todo lo anterior se suman el empleo del hipérbaton, las enumeraciones, las epanadiplosis y la casi total ausencia de signos de puntuación. Todos estos ejercicios lingüísticos ameritan la acción de un lector hábil, capaz de desentrañar los juegos de palabra, ubicar las pausas y las entonaciones precisas para poder, además de gozar el ritmo de estos versos, encontrar los hilos conductores de la significación por medio de los cuales la voz poética presente en este libro evoca y construye las temáticas que en él se encuentran.

Este poemario está temáticamente confeccionando a partir del eje metafísico de la impresencia. Es este un concepto que la voz poética construye y define a partir de otros subtemas explorados en los poemas del libro. Esta Impresencia podría ser planteada desde múltiples perspectivas. Pero entre todas ellas, la más evidente está relacionada con la cualidad de lo innombrable; quizás una entidad (un ser, la vida misma o tal vez el mismo hombre) a la que la voz poética alude sin nombrarla categóricamente. Estamos ante una presencia incierta cuya característica principal consiste en ocultarse para desde esa ausencia establecer el vacio, ahondar la soledad, levantar los muros del silencio y sobre todo, patentar nuestra existencia limitada por el tiempo.

Es así como la voz poética acude a los elementos antitéticos, a los enunciados entrópicos y a los pleonasmos enfáticos para crear un universo de símbolos que le permitan nombrar sin nombrar las materias con las que recrea su universo poético. El lector se encuentra entonces con poemas como “excusa” y “soberanía” en los que la impresencia campea a través de cada uno de los versos con los que la voz poética alude a los tópicos del tiempo, la soledad, el silencio y el vacio. Estas temáticas también serán enunciadas con habilidad en otros poemas. Para nombrarlas, el poeta se valdrá de versos tales como “me surte este cansancio/de lo no encontrado”, “irse no apaga la soledad” y “dos silencios más/caben en la edad/de lo pronunciado”. Estos versos evidencian la propiedad con la que el poeta oficia su papel de discursante capaz de buscar entre los recovecos de la existencia para comunicar con hondura las preocupaciones metafísicas que ahí encuentra.

La lectura exhaustiva del poemario de Gustavo Maceas corrobora la habilidad de un poeta que trabaja el lenguaje en todas sus dimensiones y posibilidades creativas para, por medio de los diferentes recursos que la palabra ofrece, transmitirnos las inquietudes existenciales que al terminar la lectura de cada poema nos dejan frente a “esa ciega sensación de haber llegado al borde/de lo menos humano: la impresencia”.

Jesús David Buelvas Pedroza

La sagrada promesa del poeta

La poesía es una promesa que el poeta, guardián de la palabra, siempre intenta defender. En eso se le va el oficio, esa entrega con la que se dedica a hilvanar todos los fragmentos de vida que llamamos versos. La labor del poeta es el producto de esa terca lucha con las palabras, una disputa de la que siempre pretende salir enarbolando como estandarte de vencedor esa promesa que es la poesía, una materia tan inasible, sepultada, en muchas ocasiones, en las profundidades del recuerdo y de los tiempos.

De alguna intrincada manera, la promesa de la poesía se manifiesta en el libro de Uriel Cassiani Pérez titulado “Alguna vez fuimos árboles o pájaros o sombras”. Es este compendio de treinta y dos poemas el estandarte que el poeta enarbola después de la lucha que le ha permitido arrancar los versos vitales al “humo espeso” de los recuerdos, al “orden secreto” del tiempo y a esa “otra tempestad” que azota en lo más profundo del alma cuando nos atrevemos a rebuscar entre los rincones de la memoria.

Los versos de este libro discurren como testimonios de una búsqueda en la que la voz poética se adentra en esos espacios vitales de todo ser humano. Espacios que son revisados con el ojo agudo de quien siente la necesidad de desmitificar, de reconstruir con una mirada distinta, y tal vez opuesta, esos lugares de la casa y el espíritu que otros discursantes han considerado sagrados por el simple hecho de ser materia de la poesía. Es así como el discurso poético que encontramos en “Alguna vez fuimos arboles, o pájaros o sombras” nos habla de un patio que se desintegra, presentándolo como un lugar del que se rehúye y al cual sólo se vuelve (si se hace) para reencontrarnos con los destrozos que en él, han provocado las invencibles armas del tiempo y la derrota. Además del “pequeño naranjo derribado”, este hablante lírico rebusca en ese patio de la memoria para encontrarse los sortilegios del santiguador que con sus manos intenta redimir no solo la salud quebrantada, sino también los inventarios necesarios y todos aquellos rastros de la naturaleza que se empecina en no abandonar al hombre.

Una voz lírica atraviesa las páginas de este libro interpretando con la debida entonación del canto, los presagios ocultos en la lluvia, los designios que se adivinan en el humo, las maldiciones conjuradas en la luna del espejo, los contradictorios humores del padre y el quebrantado valor de la madre que protege el alma de sus hijos. Esta voz se levanta para entonar con la debida fortaleza una verdad que a todos los hombres nos compete; una verdad que nos recalca la deuda ineludible que tenemos con el pasado, ese tiempo del cual nos creemos liberados pero que por el contrario “en algún lugar nos espera”.

La misma voz de tono preciso asume la responsabilidad de la crónica en la parte final del libro. En estos últimos textos, el poeta retrata la angustia del ídolo venido a menos, la búsqueda del honor que es preciso arrancarle a la vida así sea a tarascasos, la gloria que el boxeador se granjea gracias a la rapidez y la fuerza de sus puños. En esta parte, el canto es entonado para rendir tributo a los hombres que una y otra vez suben al tinglado para batirse en busca de la gloria que solo “dura lo que un relámpago”. Esta voz poética se constituye en medio para que la misma sombra se compadezca, comentando los duros golpes que la vida le asesta al boxeador durante el tortuoso recorrido de un camino en el cual el único aliciente que este hombre tiene son “sus sueños de gloria”.

Es este libro un espacio en el que el lenguaje se construye sin pretensiones ni artilugios retóricos. La voz lírica que lo recorre se solaza con la precisión de versos tales como “La lluvia:/algo no revelado surge de ella/y vuelve a borrarse cuando escampa.”, “…la tierna herida/por donde permitías asomarme a la gloria.” o “el tiempo vuela en círculos.”. En estas líneas como en muchas otras de las que inundan el poemario, se evidencia el empleo categórico de la palabra, el uso pulido de los verbos y los sustantivos que nombran y determinan las acciones de sentido con los que el poeta revela las circunstancias y los diálogos que precisa.

En los poemas de “Alguna vez fuimos árboles o pájaros o sombras”, el lector, seguro, encontrará las resonancias de un canto limpio y equilibrado con el cual el autor comienza a construir esa promesa que está llamado a defender.

Jesús David Buelvas