viernes, 10 de enero de 2025

Fotografía y Poesía


 Fotografía tomada por Jesús David Buelvas Pedroza 
en enero de 2025



Réplica

Esta telaraña simula la idea de un pequeño universo. 

Su urdimbre parece desafiar y contener a la vez

las leyes de la materia y la antimateria. 

Ubicada de manera estratégica 

en cualquier esquina del vacío

esta réplica atrapa porciones de luz 

y polvo cósmico precisas

para que su arácnido habitante haga las veces de dios.


Poema de Parábola del vacío 


Aracne

Busco en el diccionario una definición 

que me permita entender 

la conducta de esa araña que hace rato 

me vigila desde lo alto del techo. 

Me entero de que no es un insecto.

Entre sus costumbres de monstruo 

casi mitológico 

yo podría estar catalogado 

como un apetitoso plato. 

Solo sería cuestión de equivocarme 

para terminar enredado en esa trampa.


Poema de Los anuncios de cualquier soledad

jueves, 29 de agosto de 2024

Peso

 


La balanza me hace rememorar

la idea de peso y levedad en Parménides.

El peso como categoría negativa.

Categoría que quizás en nada aplique

a la cosmovisión del carretillero

que pesa el pescado 

a cambio de algunos pesos 

que le aliviarán la vida 

por unos cuantos días. 

¿Qué tanto tendrá que ver esa idea 

con este hombre que empuja 

como arrastrado por el río de Heráclito

calle abajo su muy pesada carreta?


    Jesús David Buelvas Pedroza 


domingo, 4 de agosto de 2024

Las tres mujeres y el vendedor de libros





Anoche, después de empacar los ejemplares de la venta y el trapo rojo sobre el que los pongo, me despedí de quienes me acompañaban en la plaza de la Trinidad con el firme propósito de llegar a San Diego. Cuando ya abandonaba la plaza para internarme en el callejón que da a la calle de la Media Luna fui abordado por tres mujeres cuyo lugar de procedencia no diré para evitar dilemas y suspicacias.

Estas mujeres, muy desenvueltas, me saludaron amablemente y sin mayores rodeos me dijeron que ellas sabían que yo les podía ofrecer lo que estaban buscando. Entre sorprendido y  algo intimidado les pedí que fueran claras porque yo no estaba entendiendo. Una de ellas, la más joven y a la vez más osada, me dijo que yo tenía cara y actitud de vendedor de drogas y me pidió que le mostrara con confianza la mercancía.

Me mantuve tranquilo y sin ofenderme les mostré lo que llevaba. A cada una le entregué un ejemplar de mis libros mientras les decía que yo vendía la mejor droga de todas, comentándoles que tal vez no tenían idea del efecto que en el cerebro se generaba gracias a la literatura. Las mujeres rieron. Mientras, yo les decía un par de cosas más evitando parecer conservador o moralista. Una de ellas ofreció disculpas. Otra, la que no había hablado, me preguntó por el precio. Se los dije y cada una, para mi asombro y beneficio pues no había vendido nada durante mi estadía en la plaza, adquirió un ejemplar.

Después de la compra se quedaron un par de minutos más conmigo. Al tiempo que hojeaban sus ejemplares me preguntaban por esas nimiedades que las personas siempre intentan averiguar cuando se encuentran con alguien que dice ser escritor. Les respondí de manera breve, pero sin dejar de ser amable hasta que me sentí un poco fastidiado a causa del hambre que deseaba saciar con un peto o una carimañola. Me despedí de ellas.  La más joven y habladora me dio un beso en la mejilla mientras me decía, acercando demasiado su rostro al mío, que en cuanto llegara a su hotel comenzaría a leer el libro. No pude evitar sentir su aliento marcado por un leve tufo de cigarrillo.

Las tres mujeres, entre risas y chanzas relacionadas con lo que acababa de suceder, caminaron hacia la plaza para, tal vez, dedicarse a buscar la mercancía por la que inicialmente me preguntaron. Probablemente la encontrarían entre esas calles de Getsemaní que a esa hora estaban atiborradas de turistas y raizales dedicados a la tan compleja, pero también humana, vida nocturna.

Acordándome de la mujer de Lot, ni siquiera volteé para mirarlas. Reacomodé mi bolso, conté nuevamente el dinero, lo guardé en uno de mis bolsillos y seguí mi camino.


                               Jesús David Buelvas Pedroza

Inventario de mis 51





Riñones en buen estado: un par de veces atacados por los cálculos. 

Páncreas e hígado en buen funcionamiento. El segundo, limpio gracias al reciente uso de un drenador hepático. 

Corazón, al parecer eficiente. Hasta ahora nunca se le ha dado por ponerme en apuros. 

Colon; una que otra vez inflamado y generador de agrieras. Pero nada crónico y que una buena toma de limón no pueda mejorar.

Pulmones como unos buenos fuelles a pesar de haber estado amenazado por el asma heredada de un antepasado desde la infancia. Crisis mínimas en los tiempos de gripe. Eso sí, todo bajo control gracias a las infusiones de orégano y eucalipto que la abuela paterna me enseñó a preparar para mi defensa.

Cabeza, en su lugar tanto literal como figurativamente, aunque algunos conocidos hayan afirmado en alguna ocasión que estoy loco. La locura, esta locura, tiene algo que me permite el gozo de lo mínimo el cual no le es dado a muchos otros. 

Espalda, un poco afectada debido a las posturas inadecuadas, pero resistente gracias a la práctica de las artes marciales y la gimnasia. Recuperada de un dolor en la parte baja por mí mismo y nunca tocada por un fisioterapeuta. Nunca me ha gustado exponerme al sentido de superioridad que hoy día suelen proyectar los médicos.

Piernas, aún derechas, resistentes y ágiles para seguir caminando largas distancias o para pedalear mi bicicleta. 

Dientes y muelas. Los suficientes para desgarrar una buena presa de carne asada acompañada de yuca frita o cocida o en su defecto con patacones. 

Manos, completas. Con dedos ágiles gracias a la práctica temprana de la mecanografía, algo que en parte me preparó para seguir escribiendo. 

Los pies, grandes, firmes para equilibrar después de cada tropiezo y de las zancadillas que algunos han querido meterme.

Las uñas, tan importantes ellas con sus texturas aún lo suficientemente consistentes como para rascarme o para soltar un tornillo cuando no tengo herramientas. 

Aquí estoy, haciendo un inventario de mis carnes, de mis vísceras y mis huesos hoy que cumplo 51 años. El último lugar se lo reservo a mi cerebro, parte de mi cuerpo en el que residen las neuronas y las glándulas responsables de mis ideas y mis sentimientos. 

Parte de esta mañana la dedico a esta enumeración de lo que me constituye a la vista de los demás para la celebración tranquila de estos años bien empleados sin quejarme y sin pedir  a cambio nada más que lo justo y lo conveniente. Nada se me debe y nada debo más allá de la tranquilidad y el sosiego que me permitan seguir mirando, palpando, compenetrado con el mundo durante el tiempo que en este discurrir aún me quede.


                 Jesús David Buelvas Pedroza 

                    Julio 15 de 2024

martes, 4 de junio de 2024

Mariposa 4 de junio de 2024


 

Revolotea.

Hoja que cobra vida

la mariposa


El haikú que acompaña a la imagen pertenece al libro "La voz sin eco". 


miércoles, 8 de mayo de 2024

Flor de bleo


 Este afán


Este afán para el cual ya no bastan 
las caminatas por las tardes. 
Todo se torna más denso. 
La imagen de un niño.
Las campanillas y el olor de la reseda.


Foto tomada por Jesús David Buelvas Pedroza en abril de 2024
Poema de "Recuentos de cicatrices"