lunes, 26 de agosto de 2019

La literatura latinoamericana en pos de la descolonización: Mi delirio sobre el Chimborazo (poema inaugural)


La literatura latinoamericana ha sido históricamente determinada por la influencia coloniza- dora de la cual fuimos víctima durante la dominación española, y de la que seguimos siendo dolientes en estos tiempos de neocolonización cultural eurocéntrica gracias al predominio de las modas literarias provenientes de Norteamérica, asumidas por muchos de nosotros sin mayor reflexión ni autocrítica. Sin embargo, gracias al trabajo serio de algunos autores que han sobresalido en los intermedios de esta “historia” de quinientos veintiún años sin una identidad cultural configurada, nos es posible afirmar que existe una literatura latinoamericana –en el caso nuestro; colombiana– con  serios visos de autenticidad y con profundas raíces terrígenas, en cuyas líneas se evidencian los elementos suficientes para constituir lo que podríamos llamar una literatura propia que habla desde lo estético de los posibles caminos recorridos y por recorrer para que lleguemos al encuentro con nuestra otredad literaria. 
Solo para referenciar algunos de esos cultores de la latinoamericanidad invito a la revisión profunda de la obra de autores que en muchas ocasiones menospreciamos tanto por pereza intelectual (está en boga ser escritor sin ser lector) como por asumir las modas prejuiciosas inculcadas por nuestra academia inoperante y postmodernizada. Resulta indispensable para reconocer que en literatura sí hemos caminado por las sendas de la independencia cultural, analizar con detenimiento los requerimientos sociales, políticos y estéticos  realizados por esos autores románticos que en sus obras comenzaron a hablar de lo americano desde lo americano. Para profundizar en esa toma de consciencia, es preciso también revisar cómo se concretó en algunos de sus poemas y relatos, la exigencia de una literatura hecha desde América por quienes siguieron las ensoñaciones del cisne emblemático de Darío y sus contertulios modernistas; o la manera en que tanto narradores como poetas del siglo XX configuraron una estética de la palabra propia con una versatilidad y una verosimilitud envidiadas incluso por los autores del antiguo continente. Son muy americanas (aunque los desconocedores digan lo contrario) tanto la obra de Borges como la de Neruda, el coloquialismo Beneditiano y la antipoesía de Nicanor Parra ya anticipada, entre otros, por los versos del cartagenero Luis C. López. Cumplen con esta condición de americanidad las obras de narradores de Centro y Suramérica que desde sus cuentos y novelas comenzaron no solo a cuestionar las problemáticas de cada una de las incipientes naciones, sino también a emplear los elementos culturales, sociales y telúricos que esta tierra les brindaba para configurar una narrativa con identidad. Solo por mencionar algunos, podríamos hacer una revisión de la novelística de la revolución mexicana en la que destaca Los de abajo de Mariano Azuela, y la narrativa inaugural de la modernidad literaria en Colombia a partir de La marquesa de Yolombó y los cuentos de Tomás Carrasquilla, así como de La Vorágine de José Eustasio Rivera. Nombrarlos a todos haría de este escrito un inventario interminable y no nombrarlos también raya en la mezquindad que caracteriza a todo listado. Pero, por razones de espacio cerraré este introito recordando la inigualable reivindicación de nuestra autenticidad  literaria hecha por la pléyade conocida como Boom latinoamericano.  
Lo anterior nos lleva a preguntarnos por un probable origen de la casi única posibilidad de construcción de un elemento identitario a partir de una literatura del pueblo americano. Y sí existe. Podemos encontrar tal punto de partida en el primer poema en prosa escrito en nuestras tierras por un hombre al que no se le considera escritor de oficio, pero cuyo talento para las letras quedó ratificado en la prosa enérgica y fluida de las cartas y discursos que escribió a lo largo de su carrera como hombre político y de armas durante la gesta libertadora. Ese poema es Mi delirio sobre el Chimborazo y su autor, Simón Bolívar. En este único poema del libertador, se encuentran los rasgos que a lo largo de nuestra historia configuran una literatura propia. No basta con que haya sido escrito en Latinoamérica por un latinoamericano (hoy día encontramos gran cantidad de escritores de estos lares afectados de europeísmos anacrónicos que creen estar haciendo literatura actual y latinoamericana). Para corroborar los requisitos de una estética literaria en el texto de Bolívar analicemos los elementos que en este poema se conjugan para que alcance el vuelo literario que lo sitúa como referente inaugural de lo que otros escritores podrían haber emulado en el trayecto posterior de la literatura latinoamericana.
Es preciso apreciar cómo por medio del empleo de diferentes recursos sintácticos, de giros verbales y acentos muy bien distribuidos, Mi delirio sobre el Chimborazo se encumbra, adquiriendo el ritmo propio de lo épico. A lo largo de las líneas que lo componen, la aliteración cumple su papel de recurso musical propio de la prosa poética. Esta secuencia de sonidos adquiere en el texto una naturalidad que evoca el rugir del viento en la cumbre de la montaña y la voz de trueno con que el Tiempo le habla al hombre que lo contempla en medio de la ensoñación. En el ritmo poético de este texto es claramente perceptible el himno atronador con que el hermano del Infinito reclama a favor de la Naturaleza.
Otro elemento poético a considerar en el texto de Bolívar está relacionado con su magistral elaboración simbólica. Son múltiples los recursos semánticos en él empleados por la voz poética; las metáforas, los epítetos, los símiles y las prosopopeyas son hilvanadas de manera singular para construir una valiosa metáfora de conjunto, haciendo del poema una bella alegoría del Tiempo como voz inquebrantable ante la que cualquier hombre, por grande que sea, asume su finitud frente a la inmensidad de la naturaleza. Ante esta alegoría, el lector ni siquiera puede pensar en un dios del tiempo que pertenezca a una mitología distinta a la americana. A lo sumo, este dios, habitante de la cima del Chimborazo, podría ser asimilado a alguna de las deidades tutelares de las tribus que habitaron los alrededores de este monte entre las que se cuentan los Puruhá quienes veían en el dominador de los Andes a uno de sus dioses. Sin temor a equivocaciones, podría decirse que en la caracterización que la voz poética hace del fantasma que lo interpela, también hay rasgos de personajes mitológicos civilizadores como Bochica o Viracocha.
Para finalizar con el análisis propuesto quisiera aludir a la tensión poética como rasgo sin el cual es improbable concebir la existencia de un buen poema en cualquier época. En el Delirio de Bolívar subyacen variados elementos de tensión, pero los opuestos complementarios que la voz poética propone como centrales son relevantes debido a que además de ser universales, también son atemporales. Estos, hoy más que nunca, hacen parte de las preocupaciones existenciales, culturales, económicas y políticas de la sociedad que ajustándome al decir de Enrique Dussell, calificaré de transmoderna. La tensión del Delirio se da entre los elementos de ese dualismo cartesiano que tanto ha viciado nuestra dimensión ecológica y que, según lo leído en el texto, Bolívar ya preveía como un profundo problema. El hablante lírico del poema quiere asumir en un principio ese papel de dominador de su entorno. Se siente grande, capaz de irrespetar al paisaje natural que lo rodea. Pero en medio de la corona diamantina aparece el Tiempo para demostrarle su equivocación con una voz retumbante que escoge como recurso poético persuasivo la interrogación retórica. La revelación hecha por esta voz hace recapacitar a su interlocutor envanecido, quien termina asumiendo su papel como parte integral de la naturaleza. Parece que Bolívar tuviera la intención secreta de recordarnos a los lectores los dictámenes del comunitarismo aborigen practicado por los hijos de la Pachamama.
El camino literario propuesto por Bolívar en su Delirio resulta ser una invitación a la gran toma de conciencia que como latinoamericanos debemos ejecutar. Dicho despertar debe darse en relación con la riqueza que algunos cultores de nuestra historia literaria ya han aprovechado con resultados estéticos muy acertados. Desde este poema inaugural, la voz del Tiempo mítico que le habló al caminante de los Andes también nos habla a nosotros para que por medio de la palabra continuemos indagando por nuestra autenticidad y por los elementos que nos servirían para configurar la identidad que tanto necesitamos. Una identidad que por permanecer extraviada, además de hacernos adoradores y replicadores irreflexivos de modas foráneas, nos impide convertirnos en el referente regional y mundial que política, económica y culturalmente podríamos ser. Es parte de nuestro trabajo como lectores y escritores no ignorar este legado. Igual que Bolívar quien empuñó la espada y la pluma podríamos emplear para nuestra liberación de los actuales mecanismos colonizadores y manipuladores de nuestro pensamiento, de nuestra consciencia, de nuestra intelectualidad el reconocimiento imperativo de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que estamos, ante el mundo, en mora de proyectar.
                                                                  Jesús David Buelvas Pedroza      


martes, 20 de agosto de 2019

En proceso

Ya hizo todo lo que un tipo de 46 necesitaría para vivir tranquilo el resto de su vida si no tuviera que responderle a una sociedad capitalista y tan mezquinamente organizada. Ha sido un fin de semana de perla. Festivo incluido. Sin mayores exigencias que quedarse en casa, durmiendo hasta tarde, leyendo todo lo que ha querido, recibiendo la visita de una buena amiga que ha querido cocinar la comida que él más disfruta (cocinar es una de las pocas cosas que no ha aprendido), escuchando mucha de su música preferida. Se siente tan acostumbrado y cómodo con esto que desea fuertemente que hubiera martes, miércoles... una seguidilla de semanas festivas infinitas. Pero llega la sensatez y le dice que la vida no funciona así. Que mañana tiene que ir a trabajar y que así tal vez sea hasta los 62 si el gobierno de su país y los banqueros que lo manejan, a esa edad quieren darle una pensión. Piensa que es mucho tiempo, pero que le va a hacer; no se ganará la lotería, no cree en eso y por ello no la compra, su único proyecto empresarial está destinado al fracaso porque no se ajusta a las modas mercantiles del momento; publica libros en lugar de cantar champeta o reguetón. En fin, un inventario desastroso pero cuyo efecto ensombrecedor decide amainar saliendo a caminar un rato. Ya casi listo recuerda que afuera está la gente con sus sórdidas manías de siempre. Deja la idea de lado, toma un libro de nuevo y se dispone a seguir leyendo. Que sea lo que sea -se dice-. Es lunes festivo y confía en que antes de que el martes llegue a rutinizarlo todo, la Tierra comience a ser invadida por extraterrestres.

sábado, 10 de agosto de 2019

Reflexiones en el encierro

En una tarde como esta en la que el mundo a mi alrededor se debate en torno a discursos confusos que van de uno a otro lado, prefiero asomarme a la ventana. Surge entonces la pregunta ¿ya que estamos aquí más de siete mil millones cómo hacemos para ponernos de acuerdo? ¿Cuántos cientos o miles de años faltarán para que un día a pesar de las diferencias caminemos solo en la dirección de lo humano? Mientras eso pasa, prefiero la tranquilidad de mi habitación, el equilibrio que me produce respirar profundo y pensar que lo más hermoso que me puede pasar es esta profunda indiferencia

jueves, 1 de agosto de 2019

Poema de diciembre



El corazón del hombre insiste en transformar sin transformarse a sí mismo.
Es diciembre.
Las calles están llenas de gritos y brisas que nos enfrían
que nos trasladan hacia otra parte.

Los motores de los carros subvierten el deseo.
La gelatina del cerebro impide pensar.
Sólo es evocación de árbol y raíces.

El disparo verde de la casa de enfrente es real.
Tan real como los árboles de mango y su follaje.
Huele a mango.
Un olor que proviene de una memoria casi extinta
al lado del fogón
escuchando las voces del abuelo.

Sangra la risa y las estillas crepitan.
Carbón para calentar el viento.
Un canto azul arde en las lenguas del fuego.
Yo aquí. Sitiado entre dos tiempos.

Nubes de polvo vienen desde las construcciones cercanas.
El corazón del hombre se empecina en transformar
en llamar a este diciembre “tiempo nuevo”.
Tal vez sea así y no me doy cuenta.

Dispara el verde y ciega.

(Salgo) Este diciembre que eructa
que muestra sus fauces custodiadas por niños
con acentuadas caras de inocencia.
El golpe de su bastón contra el piso del espíritu.
La firmeza de las pisadas con que machaca nuestras cabezas.

La puerta abierta o cerrada.
Da lo mismo frente a los gritos que sacuden desde la calle.
La puerta abierta o cerrada.
Da lo mismo frente a este diciembre que tonsura nuestro ánimo
que nos llena de serrín y nos oxida.

Nombro el vuelo de las cosas
su ambiguo trazo frente al tiempo que nos envejece y nos entierra.

Tres mujeres pasean en bicicleta.
Sus piernas pedalean uniformes.
Respiro ante tanta sincronía.

Miro hacia otra parte.
Las bolsas de basura que el camión recolector aún no se lleva.

Es media mañana.
Un tiempo y una desidia innombrables abarcan esta calle.
Las gentes publican sus caras de aburrimiento.
Unos chicos intentan rescatar su balón del techo de la casa vecina.
Sus ganas de jugar suplidas por un reto para el ingenio.
Lo demás es la calle extendiéndose en la mirada soñolienta de los transeúntes
las personas que charlan frente a la ventana por donde me asomo al mundo.
Ese mundo de casas verdes, azules o naranja.
Ese mundo de motocicletas y carros hiriéndonos con el ruido de sus motores.
Ese mundo de parques y bardas extendidas
frente a casas donde se ha hecho el amor y también se ha asesinado.
Ese mundo movido por la brisa de este diciembre que atenaza y enfría el alma. 

                                                             Jesús David Buelvas Pedroza