A lo largo de su existencia, la humanidad
ha tenido tres grandes enemigos creados por ella misma debido al poco dominio
que ha tenido de sus incontrolables ganas de poder, de su arraigado egoísmo y al
alto nivel de autodestrucción que ser humanos parece que conlleva. Esos tres grandes
enemigos son la guerra, el hambre y la peste. Tres opositores poderosos
comentados, analizados y denunciados por filósofos, escritores e intelectuales
de todas las épocas. Ya han estado presentes en diferentes momentos de nuestra historia
con un factor en común; demostrar que el poder del que hace gala la humanidad
nunca ha sido suficiente para superar la devastación de estos tres enemigos que
parecen estar allí para controlarla, cuidándola de ella misma y reencaminándola
hacia los derroteros que más le convienen en su carácter integrado con la naturaleza.
Estos tres enemigos han aparecido como
facticidades en contubernio para azotar a la población mundial que ha podido
llegar y recorrer lo que va de este siglo XXI. Que hubiese guerras en
diferentes partes del mundo era para quienes habitaban en los lugares en donde
no las había, una noticia lejana que generaba un poco de dolor traducido en los
rabiosos comentarios de Facebook. Que hubiese hambre en otras partes del mundo
diferentes a las que habitábamos (el hambre estaba incluso en el otro barrio de
la ciudad, pero no te pertenecía porque no tocaba tu puerta) estaba tan
normalizado que salíamos a llevarles mercaditos a esas personas hambrientas para
tomarnos fotos con ellas y así al publicarlas aparecer como los grandes
filántropos que, al saciar el hambre de otros por una tarde, alimentan su ego y
calman su conciencia. Pero la peste a nivel de Pandemia es otra cosa. Cuando un
virus se extiende por el mundo conocido, cuando rebasa las fronteras, cuando se
convierte en la noticia que habla de un enemigo próximo y que de manera
paranoica se siente en el aire que respiras, haciéndote sentir totalmente inseguro
ante él, la perspectiva, la visión de mundo de cada persona con cierto nivel de
consciencia, cambia. Y esto es lo que nos está pasando en este momento. La
peste, esa que era una fábula atractiva de una parte de la historia de la Edad
Media, esa a la que nos remitían como ficción entretenida algunas obras
literarias y el sensacionalismo del cine holliwoodiano, se hizo patente y está
junto a sus dos aliados tocando en nuestra puerta.
Pero, a pesar del tenebroso cuadro antes
descrito, no todo tiene que ser visto desde la mirada apocalíptica de los cristianos
alarmistas y dogmáticos. Esos cuatro jinetes del apocalipsis no llegarán por
estos tiempos. Estoy seguro de que la humanidad, la gran parte de ella que no
será diezmada por la pandemia, tendrá una oportunidad para seguir haciendo lo
correspondiente sobre la faz de la Tierra. Ya Wuhan se está reactivando y
seguro el gobierno chino tiene métodos efectivos para que su población no
recaiga en manos del mortal virus que en esa ciudad vio su nacimiento. Esa gran
parte de la humanidad sobreviviente que quedará atemorizada por un tiempo pero
que luego tendrá que retomar su derrotero vital y que, siendo románticos, tal
vez agudice la mirada para revisar, tendrá que aprovechar esta oportunidad para
recomponer su camino a partir de la corrección que ameritan todas las
debilidades que la actual sociedad humana tiene y que, sin duda alguna, han
quedado en evidencia, gracias a la pandemia. Son tantas las debilidades que
seguro darán para muchos tratados filosóficos, médicos y económicos de
escritores que se interesen a posteriori en tratar el tema. Yo solo pasaré revista
a vuelo de pájaro sobre las que hasta ahora he inventariado como azotes de la región
del mundo en que vivo y que por ello me resultan más cercanas.
En primer lugar, es evidente que esta
parte del mundo llamada Latinoamérica tendrá que ser más cuidadosa al elegir
sus próximos líderes y gobernantes. A la ineptitud que han demostrado para reaccionar
en pro de la protección de sus pueblos, se le suma el hecho de que los
gobernantes de hoy no han controlado el accionar de los corruptos que
aprovechan para seguir pescando presupuestos en rio revuelto. Queda claro que
el corrupto es indolente y que seguirá siendo el mismo aun en tiempos de
tragedia. Si los mandatarios no son hábiles, dejarán la puerta abierta para que
los mandos medios y contratistas se rifen los dineros destinados al socorro de
los más necesitados en estos pueblos macondianos en los que todavía la gente se
confía al mesianismo propio de los pueblos colonizados bajo la egida del dios
cristiano representada por esa cruz de una iglesia católica que no deja el oportunismo
haciéndose cada vez más mediática e intentando recuperar así su injerencia politiquera.
En segundo lugar, es una verdad a
gritos que se precisa crear economías más fuertes en esta región del mundo. Economías
orientadas a aprovechar los recursos diversos e importantes que se siguen
desperdiciando en estas tierras por incapacidad para decirle a los que se creen
dueños del mundo que ya estuvo bueno de considerarnos su patio y su despensa.
Una economía basada en los TLC en desigualdad de condiciones y en el extractivismo
de las reservas petroleras no será la que dé una opción de futuro real y seguro
para los habitantes de Latinoamérica. La debilidad de las economías actuales es
en gran parte la responsable de que las estrategias de control planteadas para
la lucha en contra del virus tiendan a fracasar, pues por más inteligentes que
parezcan, su efecto se ve reducido a causa de las necesidades generadas por la
pobreza de una gran parte de la población que por no tener un empleo digno y
bien remunerado se ve obligada a salir a rebuscarse para saciar su hambre
mientras llegan las ayudas que le son destinadas por la caridad de los
poderosos empresarios, de los gobiernos y de las estrellas de la farándula que
ahora devuelven una mínima parte de lo que han obtenido de la gente a través de
las estrategias del consumo y del capitalismo desmesurado no como derechos del pueblo,
sino como actos de falsa filantropía disfrazada de donaciones y obras de beneficencia.
En tercer lugar, urge la reestructuración
de los sistemas de salud de estos pueblos olvidados por Hipócrates y nada
beneficiado por los poderes de Asclepio. Un sistema de salud que le da
prioridad a la privatización de los recursos y los servicios médicos, como el
buen neoliberalismo manda, siempre será insuficiente para combatir con
efectividad la enfermedad y más aún si esta se presenta a manera de pandemia. Es
evidente el fracaso de un sistema en el que imperan el egoísmo y la corrupción de
las EPS, la existencia de clínicas privadas de garaje que no valoran a su
personal médico y la endeble estructura de un sistema de salud público que vive
de las limosnas en lugar de contar con un robusto presupuesto. Es claro que un
sistema de salud así no va a contar con personal capacitado y en condiciones
dignas; con una óptima dotación para no solo enfrentar al virus mortal sino
para cuidar mínimamente ese valioso personal médico.
En medio de este panorama sombrío
siempre queda una luz de esperanza, una razón para el optimismo. Así como después
de la peste bubónica en la Edad Media apareció el Renacimiento, no existen
razones para pensar que después del nuevo coronavirus en este mundo chambón y farandulero
no vaya a pasar algo parecido. Yo quiero soñar un poco y creer que la humanidad
no está tan ciega como para desperdiciar la oportunidad que la naturaleza y la vida
le están mostrando desde ya. El coronavirus echó a un lado tantos temas cruciales
que nos ocupaban. Uno de ellos, el cambio climático. En relación con ello toca
asumir que la naturaleza nos está enviando señales que todavía no estamos
leyendo de la forma en que deberíamos hacerlo. El renacer de los paisajes y la
proximidad de los animales a los territorios de los que habían sido desplazados
por el hombre van más allá del simple espectáculo apreciado por nuestra mirada
acostumbrada al show y la farándula. La naturaleza de la que hacemos parte y a
la que se nos olvidó respetar, está hablando en muy buenos términos; nos invita
a hacer un pare en esta carrera monstruosa en pos del dinero y al servicio
irracional de la competitividad y el rendimiento; nos llama a recomponer
nuestro camino, teniendo en cuenta que somos parte integral de ella y no sus
dueños. Ella puede y quiere darnos pistas para nuestra supervivencia en mejores
condiciones. Está de parte nuestra escucharla. Es bien cierto que no podemos ni
debemos desechar los adelantos que hemos obtenido en todos los campos hasta el
momento. Pero es hora de hacer a un lado los cientificismos y las tendencias
tecnocráticas que además de aislarnos y alienarnos, han adormecido en nosotros
la sensibilidad y el humanismo que nos ayudarían a comprender mejor lo que nos
pasa y lo que somos como seres capaces de practicar la otredad para con el mundo,
para con el otro y para con uno mismo como la mejor forma de respeto.
Jesús David Buelvas Pedroza