miércoles, 29 de mayo de 2019

Nota del 29 de mayo de 2019

PARA QUE LEA Y ME INSULTE SI LE DA LA GANA
Ayer vi que varios de mis contactos publicaron una foto bastante llamativa en la que el autor del texto invita a compartir estados y pronunciamientos de lo que él llama verdaderos artistas y promotores de la cultura en lugar de seguir la tendencia que han marcado las redes y la domesticación a la que han sido sometidas las mentes de la mayoría de individuos que habitan este mundo virtual. Él, de manera rotunda, pide que se deje de lado la publicación de tanta vacuidad producida por los influencers y falsos artista. Estoy muy de acuerdo con esa petición. Y este acuerdo me llevó a preguntarme ¿por qué la gente prefiere compartir y replicar todas las publicaciones que hacen gala de la estupidez que aflora en gran parte de los cerebros humanos? Son muchas las razones. Pero hoy quiero apuntar a una que se me ocurrió esta mañana y cuya huella, creo, está en un bello ensayo de Vicente Fattone que leí hace algunos años. Esa razón es sencilla. Creo que quienes comparten ese tipo de publicaciones lo hacen porque con ello suponen que están haciendo gala de su inteligencia.
Cuando el ser humano no ha creado posibilidades de expresión auténticas no le queda sino recurrir a dejar en ridículo al otro, a minimizarlo para sentirse y mostrarse más inteligente que ese otro que con su forma de actuar se ha ridiculizado a sí mismo (porque se ha ridiculizado y para nada voy a defender el derecho a ser o a hacer el ridículo).Repito, no es esta la única razón. Pero considero que si es una de las razones más fuertes y relevantes.
Por alguna razón oculta en nuestra oscura génesis humana, a muy pocos nos interesa visibilizar a otras personas como más inteligentes que nosotros, sobre todo si estas nos son cercanas y no son promovidas por los medios de comunicación y la apestosa publicidad del mundo del consumo. Pero cuando se trata de un vecino, de un contacto o de cualquier otra persona del común que ha caído en el ridículo, hay que caerle y hacer de ese ser la comidilla, el objeto de nuestras burlas e insultos públicos en las redes. La burla escueta y el insulto corriente parecen ser las formas más fáciles de demostrar "nuestra inteligencia" cuando no hemos avanzado hacia estadíos más altos de pensamiento. Y para ejercer esta habilidad intelectual del homo sapiens virtual y virulento, aparecen en manada y a diario quienes por masoquismo o cualquier otra oculta razón de su individualidad están dispuestos a ser víctimas sociales de quienes disfrutan replicar, evidenciar y demostrar su "inteligencia" a costa de quienes hacen el ridículo.

Nota del 28 de mayo de 2019

Esta mañana en que la lluvia me mantiene encerrado en mi apartamento, leo a Saramago, su Último cuaderno, escrito en 2009. No hago sino pensar gracias a sus palabras, cuánta falta nos hace activar esa parte humana llamada coherencia de pensamiento, palabra y hecho. En estos días se me ha redespertado casi de manera obsesiva, la idea de lo incoherente que somos como sociedad. Es aberrante el bajo, casi nulo, nivel de integridad e integralidad que uno descubre en las personas si se dedica a observarlas bien. Profesores, abogados, administradores, profesionales de todo tipo y gente "del común" ajustándose al fallido precepto de "lo digo pero hago otra cosa", del "eso no importa ¿para qué creyó lo que dije?" con tan arraigado cinismo que me dan ganas de pedirle a la naturaleza que diluvie por cuarenta días y sus noches (eso que no soy creyente) para que sepulte a tanto nefilin que habita y transcurre por estas calles. La lluvia ha cesado y mi trabajo me espera. Me calzo un buzo gris y me digo "sal, es preciso cumplir con tu rol y tu palabra a cabalidad. Allá ellos, los incoherentes". Gracias Saramago, por hacerme sentir a través de tus palabras que no estoy solo en medio de esta "caterva de vencejos" que parece haber renunciado a su capacidad para pensar, lo más humano que existe.