Sólo un muñeco sobre el techo de la casa
vecina.
Lo veo desde la ventana del segundo
piso.
Me pregunto en qué tarde de juegos habrá
llegado hasta allí.
Parece contarme acerca de las manos
de los mimos y apretones que extraña
de los días en que reposó sobre una
almohada
mientras penetraba los sueños de una
cabeza infantil.
En ocasiones he querido rescatarlo
devolverle un poco de esa vida que dio
a quienes lo usaron para crecer.
Seres humanos muy parecidos a mí
cuando me alejo sin llevar a cabo mi
anhelo.
Un adulto apto para ignorar los
arranques
del niño que se asoma a la ventana
quien con su voz de matices que ya no
distingo
me recalca que siempre dejamos las cosas
que fuimos
(las cosas que tejieron la alegría de nuestra
existencia)
para dedicarnos, irremediablemente, a
ser nosotros mismos.
Jesús David Buelvas Pedroza