martes, 24 de agosto de 2021

Reflexión sobre asuntos que a nadie importan

 

Cuan compleja se me muestra la condición humana cada vez que trato de comprender las razones detrás de los actos que la mayoría de las personas realizan tanto en la realidad fáctica como en la virtualidad virulenta que hoy día nos enferma. Hay un punto que, en particular, me llama mucho la atención; nuestra capacidad para convertirnos en jueces cuando el semejante (no hablo de políticos ni de personas públicas que ese es caso aparte), ese que ha compartido contigo, ese que ha caminado las mismas calles que tú, ese que saludaste alguna vez en alguna esquina, comete una falta ya sea por equivocación o de manera voluntaria. No deja de conmoverme el que mientras esta persona ha tratado en ocasiones de mostrar aspectos positivos, surgidos de esa creatividad para algo que en menor o mayor grado todos tenemos, nos mostramos indiferentes, haciéndonos los de la vista gorda para no expresar el más mínimo acto de apoyo en relación con eso que tal vez lo puede llevar a distinguirse entre los otros. Mas, no deja de asombrarme que en cuanto la condición ética de este ser humano resbala o cae nos mostramos prestos para señalarlo y lincharlo socialmente a través de cualquier medio que tengamos a mano como hoy ocurre con las muy mal manejadas redes sociales.
Al caído caerle dice un adagio de esos con los que hemos construido nuestro acervo intelectual de provincia. Pero hasta donde sé no existe uno que diga "al que quiera subir, impulsarlo". Mezquina forma de pensar y actuar. En ella tal vez están las raíces de este individualismo enfermizo que en contra de nosotros ha sabido aprovechar la sociedad del capital. Individualismo que eleva al máximo nuestra condición de seres envidiosos, ocultamente dañinos, en busca constante de la víctima con quien desquitarnos esa frustración que tal vez nos genera lo que por nuestra incapacidad, sumada a las mezquindades del medio, no hemos podido lograr. Cuando esa víctima aparece todo el que la tiene a merced parece disfrutar darle hasta con el balde. Entonces hacemos con esa persona lo que no habíamos hecho antes en relación con sus acciones creativas; hasta ponemos su foto en nuestro perfil, escribimos una semblanza de cómo lo conocimos, somos tan bondadosos que hasta llegamos a decir que le tuvimos fe. Pero todo con la intención de culminar señalando lo errático que es y afirmando que merece el castigo que se le está dando; pero sobre todo que YO no me puedo negar a participar de dicha censura moral.
Jodido ver cómo entre nosotros mismos nos enterramos para beneplácito del sistema. Y esta actitud de la que hablo es una de las que más pesa. Yo me solazo señalando y jodiendo las que considero fallas de las personas públicas que se roban el erario, que manipulan la voluntad de grandes grupos para su beneficio propio, a quienes han llegado a puntos representativos sin mayor talento poniendo al servicio del sistema su imagen. En relación con esas el asunto es diferente pues obedece a una razón social y política orientada al cuidado de los intereses de la comunidad. Pero cuando se trata de mi vecino o de mi contacto de Facebook, asumo otra postura pues este al igual que yo está en la misma condición de vulnerabilidad, tanto que no sé cuanto ha colaborado mi indiferencia para con lo suyo para que esa persona llegara al extremo de fallar si fue que lo hizo. De esa manera evito actuar de la forma peligrosa en que el sistema quiere que lo haga tanto en las redes como en lo que yo suelo llamar la realidad.
Antes de ponerme a juzgar a un contacto o a inventar chismes sobre los vecinos prefiero las páginas de un libro para leer o para escribirlo cuando tengo la posibilidad. Esto no me hace mejor ser humano que los otros, pero al menos me aleja de esa viciosa conducta de joder al otro (a mi semejante ese de mi misma condición, ese al que no le he colaborado para bien pero al que le puedo hincar los dientes en el cuello cuando falla porque es igual o más débil que yo) cuando ya está jodido y tiene encima la peligrosa y lesiva mirada de los demás.

Jesús David Buelvas Pedroza