Es lastimoso que muchos cartageneros y colombianos de otras
ciudades perciban la champeta como una música generadora del atraso y el
conflicto social del pueblo que la escucha y la baila. Antes de que dicha
percepción sea un motivo de chambrana entre quienes así piensan y quienes la
defienden, tal apreciación debe ser un punto de partida para una reflexión
profunda sobre lo que fue al inicio y lo que ha llegado a ser la champeta. Me
parece bien que sea defendida por sus amantes aunque a mí no me cuadre tanto la
forma en que lo hacen pues con ello se niegan a la autocrítica de su expresión
musical y por ende al crecimiento de la misma como una forma de arte.
Es una lástima que una expresión musical que pudo haber sido
representativa no solo de Cartagena sino del Caribe colombiano no haya seguido
un rumbo más loable en cuanto a formación de sus intérpretes ni maduración de su
manifestación musical misma. Esto genera que muchas personas la rechacen e
incluso nieguen sentirse representadas por ella así alguna vez hayan escuchado
o tarareado algunas de sus canciones. Recuerdo y disfruto muchas letras iniciales
como “El liso en Olaya”, “El analfabeta” y “El metemono”, entre otras. Sin ser
reaccionario puedo afirmar que esas composiciones y el trabajo hecho por
Viviano Torres, el Yonqui, el Afinaito y el Saya daban la impresión de que estaba
surgiendo un género musical que expresaría las inquietudes de un pueblo que
necesitaba eso; un símbolo de resistencia y por qué no de revolución para su
gente.
Yo, amante de la música, intento hoy día encontrarle sentido
y disfrutar de lo que hacen los nuevos exponentes de esta expresión musical y
me es imposible. Tocaría escuchar lo que dijo el mismo Mr. Black en una
entrevista a una de nuestras también cuestionadas emisoras de FM. El hombre,
parece ser, quería regresar a su forma original. Sería bueno que pudiera hacerlo
pues desde “El serrucho” perdió el norte como exponente de lo que en sí era una
expresión que se necesitaba pero que se desdibujó por diferentes razones.
Considero que fue dañino para la champeta la intervención
oportunista de algunos personajes que en su figureo politiquero llevaron a sus
cantantes a algunos escenarios nacionales antes de tiempo. Esto fue
inconveniente pues tales intérpretes no habían madurado ni musical ni
artísticamente lo que los hizo malinterpretar ese “fulcro” que se revirtió en
contra de la música que practicaban. El otro gran obstáculo para el crecimiento
de la champeta lo marcó el impulso que las emisoras le dieron al reguetón.
Desde ese momento la champeta se reguetonizó para poder competir y cayó en lo
que hoy día es. Para entonces comenzaron a hablar de lo que se llamó Champeta
urbana. Expresión que resulta redundante pues esta música había nacido en la
ciudad y ya era urbana desde su origen.
Lo otro a revisar son los fenómenos sociales que se dan
alrededor de la champeta y con los que sus detractores la atacan presentándolos
como efectos de las letras y el escándalo que se genera a partir de algo que
dejó de ser música para convertirse en simple golpeteo. Pero ya sacaré espacio
para ello más adelante.
No estoy en contra de la champeta. Estoy en contra de lo que
la hizo perder el rumbo. Algo que todavía sus intérpretes, sus defensores y el
pueblo que la oye (mi pueblo) no se detienen a revisar para, a partir de ello,
constituir una verdadera expresión musical que influya de manera creativa en el
crecimiento de una población que se lo merece. Recordemos que las grandes
revoluciones han estado acompañadas de grandes expresiones musicales y eso
podría ser la champeta si sus exponentes no se vendieran ante las ideas del
dinero y de la fama (que no llegan cuando la expresión no rebasa lo local) o
ante el oportunismo publicitario que en lugar de mostrarlos en su esencia, los
muestra como algo exótico y prostituible.
Revisión para el crecimiento y no ataques ni defensas
centradas en la terquedad y la falta de análisis que nos impiden ser
autocríticos y obstaculizan el progreso artístico. Eso es lo que propongo por
el bien de la champeta y lo que ella podría representar.
Jesús David Buelvas Pedroza