jueves, 24 de junio de 2010

José Saramago o la alegoría crítica de nuestra contemporaneidad


Pocos días han transcurrido desde que se hizo pública la muerte del escritor portugués, autor de novelas como “Ensayo sobre la ceguera”, “La caverna”, “El evangelio según Jesucristo” y “Ensayo sobre la lucidez” entre otros relatos que no por ser menos leídos y mencionados que estos dejan de ser significativos en el mundo de la literatura contemporánea. Saramago es eso: un escritor y un pensador significativo para todos los que como él pensamos que el mundo de las letras es un espacio en el cual los símbolos se conjuntan para construir alegorías muy efectivas al momento de querer enjuiciar la realidad que nos compete; un espacio en el cual los sentidos de las imágenes van mucho más allá de la ficción para convertirse en métodos y caminos que conduzcan al lector hacia el profundo campo del pensamiento activo y la verdadera crítica.
Su imagen de anciano sabio se ha convertido en uno de esos íconos que convocan a las mentes que nos hemos entretenido con cada una de sus líneas, para rememorar los espacios alegóricos que creó como contexto de las acciones de sus novelas. Saramago ha enfrentado la muerte biológica a la que todos estamos avocados, pero ha logrado lo que muy pocos seres humanos consiguen en su vida; la posibilidad de trascender gracias a la palabra que se arraiga en los corazones y en las mentes de las generaciones que lo leen y lo leerán por muchos años. Saramago nos heredó a quienes trasegamos por el camino de la literatura uno de esos tantos mundos posibles a los que se llega no sólo para entretenernos con la ficción, sino también para profundizar en las ideas que nos permiten relacionarnos mejor con nuestro entorno a partir de la comprensión y la tolerancia desde la diferencia. La obra literaria de José Saramago es una ética de la vida contemporánea, gracias a la que sus lectores hemos ampliado nuestra propia visión para seguir luchando por la construcción de un mundo más justo, en el cual le sea posible a cada ser humano apropiarse de su presente, de sus circunstancias y de las oportunidades que le permitan seguir aportando para la salvación de una sociedad cuya peor epidemia es la ceguera acrítica en la que nos han sumido los males sociales generados por el capitalismo exagerado, el individualismo y la globalización.
En la obra de Saramago encontramos una metáfora que además de extasiarnos como lo hacen todos los símbolos que logramos entender, nos permite repensar nuestra realidad y nuestra posición en y frente al mundo. Somos gracias a él, lectores de una estética ética que nos posibilita la reflexión en medio del asombro; el análisis acompañado del placer; la crítica aunada a un andamiaje literario en el cual prevalece la característica propia de todos los clásicos: el verdadero equilibrio entre el fondo y la forma. Lo que se cuenta y cómo se cuenta son dos aspectos que el narrador portugués nunca descuidó a lo largo de su obra. Pero además de esto le añadió algo que es muy difícil de encontrar en muchas de las obras literarias que los afanes mercantilistas de hoy han ensalzado: la capacidad de sumergir al lector en el tan controvertido y difícil ámbito del pensamiento.
Pienso que es innecesario decirle adiós a alguien que se ha quedado entre nosotros de la única manera en la que para él los hombres podemos vencer a la muerte; a través de las obras que nos garantizan el recuerdo de nuestros congéneres. Saramago cumplió la tarea que escogió al decidirse por el ejercicio de la literatura. A sus lectores nos ha quedado el legado más importante que este hombre haya podido dejar; su pensamiento. Somos nosotros quienes estamos en capacidad de seguir contagiando al mundo con sus ideas, con sus símbolos, abriendo y compartiendo con otros esas páginas que de alguna manera se convierten en el antídoto contra la ceguera blanca que ataca al pensamiento; páginas que nos ofrecen posiciones políticas diferentes, páginas que terminan hermanándonos al enseñarnos la tolerancia que como seres pensantes tanto nos hace falta; páginas en las que (si sabemos buscar) podemos encontrar las condiciones éticas que nos permitirán convertirnos en lo que realmente deberíamos ser: una sociedad que se esfuerza cada día en gestar las acciones que nos hagan posible acercarnos a la esencia de lo que es una verdadera humanidad.

                                            Jesús David Buelvas Pedroza