jueves, 20 de septiembre de 2012



En el interior de la semilla
La poesía, en ocasiones, se constituye en un espacio propicio para ser el uno y el otro, para negar el presente y acudir al pasado, para encontrar el paraíso y luego renunciar a él. Cada línea que nos conmueve, además de ser una forma de develar lo que somos, también es una posibilidad que se ofrece para acercarnos a eso otro que podríamos ser. Así la poesía nos brinda la oportunidad de ser finito e infinito; de amar y ser amados; de constituirnos en guardianes del misterio y de ser guardados por el misterio que ella encierra a la vez.
Y pensar que aún nos falta esperar el invierno de Rodolfo Lara Mendoza es un libro que explora y se mueve en esta multiplicidad de posibilidades en que se constituye y, a la vez, constituyen a la poesía. Al leer los poemas de este libro es posible encontrar una voz plural que ahonda con asombro en las diversas facetas del ser humano. Este asombro es, tal vez, producto de la contemplación reflexiva de un poeta que encuentra en la palabra la vía precisa para acceder a la imagen como elemento primordial de la creación poética. Es así cómo Lara Mendoza llega a la evocación que le permite recrear de manera poética, los espacios del amor, la infancia, el arte y las dualidades en que se mueve el ser humano.
De esta contemplación reflexiva surgen, de manera versátil, imágenes como la del hombre-ciudad y la mujer-agua en romance en plenilunio o la de los fantasmas de fabulilla de la insensatez, las cuales sirven como vehículo para nombrar las búsquedas y las esperas a las que está sometido el ser que ama. Este mismo tema, el amor, se manifiesta en otros poemas del libro, dejándonos claro que gracias a él somos seres en constante aspiración de ese otro que permanece o se va, que nos regala su beso a través de la distancia, que nos estremece con su adiós hasta hacernos dudar entre ser cuerpo o fantasma o que en últimas nos condena a abrazar en un cuerpo finito lo infinito.
Recurriendo a la evocación como vía de acercamiento, el poeta aborda con propiedad otro de los temas centrales del poemario: el espacio de los recuerdos. Aquí la palabra expresa la necesidad de borrar ese presente intermitente que oscila en el ahora, para adentrarse en los recovecos de un tiempo en el que tal vez la armonía con el mundo era más fácil. La voz poética alude entonces a esos referentes que le permiten surcar “el blando cauce de días irremediables” para descubrirse siendo el niño que canta un gol sobre el terraplén, que es esculcado por la mano de la vecinita en el lote enmontado o que prefiere abrazarse a sí mismo mientras se sigue esperando de pie.  
Del poeta como hombre esencial, además de sus recuerdos y sus amores también hacen parte sus necesidades y sus aspiraciones. La poesía misma y el arte en general deslindan como preocupaciones temáticas en este libro. Aparecen entre sus páginas las invocaciones a Vallejo y a Van Gogh; los reclamos de Paul Eluard a Gala; la lenta y solitaria muerte de César Pavese; la irrespirabilidad del aire en medio de los poemas; poemas que se levantan y caminan hasta la puerta con forma de mujer; poemas que terminan convirtiéndose en una “revelación en el cielo de este abandono”.
Estos clamores y revelaciones surgen de la relación que el poeta establece con los universos en los que se adentra, llevado tal vez por la necesidad de reconocerse a sí mismo en lo que hace: aplazar sus urgencias para dedicarse a cuidar la semilla de la palabra. Una palabra que se le entrega como puerta de acceso a sus mundos interiores. Mundos en los que se encuentra a sí mismo en lo que fue, en lo que es y en lo que sería como hombre poseído por una ambivalencia espiritual que lo lleva a pedir perdón por no ser eso otro que de alguna manera lo complementa. Es esta una petición que no se emparenta con la súplica religiosa. Es más una disculpa casi ascética de un ser consciente de que todo lo relacionado con él (como con todo hombre) está a medio camino. Es esta conciencia de su indefinición lo que hace que la voz poética manifieste su silencio frente a la lluvia; su capacidad de vislumbrar las diversas formas del amor o la posibilidad de aspirar a un paraíso que no se concreta pero que en ocasiones nos brinda un remanso momentáneo como ocurre en el poema hotel hoja.         
Entre estos y otros aspectos de indiscutible peso poético, Rodolfo Lara Mendoza construye una voz que le permite alcanzar una hondura mística con la cual nombra los ámbitos que como hombre y poeta le competen. Desde su primer trabajo, Esquinas de días contados, se vislumbra el compromiso con la palabra, con la recursividad verbal que le permite lograr un verso que fluye para dejar que el lector deguste una poesía colmada de reflexiones sinceras sobre las más profundas fibras de la existencia.   
                                             Jesús David Buelvas Pedroza