martes, 30 de julio de 2019

viernes, 26 de julio de 2019

Este o cualquier otro lunes (novela) Primer capítulo.


Es lunes. Apenas comienza la mañana y la gente ya está fastidiada por el calor. La ciudad se llena con el ruido de los carros, con los gritos de los vendedores, con el traqueteo de las cortinas metálicas. En medio del caos, las personas se han acostumbrado a no pensar, a caminar más rápido para evitar que el bus de lo cotidiano los atropelle. Muchos han olvidado sus sueños, las ilusiones que alguna vez albergaron, para adaptarse a las necesidades impuestas por la supervivencia, por los compromisos diarios y las carreras. Otros intentan sobrevivir a pesar de la amargura que los embarga. Esa desazón que les ha quedado por renunciar a lo que alguna vez, pensaron ser. Todos, de una forma u otra, se ven sometidos a la tiranía de la ciudad, a las vicisitudes que a diario ésta les impone.
Un poco más de las ocho de la mañana. Desde alguna de las esquinas marcadas por semáforos se escucha un grito:
- ¡Cójanlooo!
Un hombre corre con un bolso de mujer en la mano. Todas las miradas se enfocan en él y en la carrera de varios hombres que lo persiguen. De la mitad del tumulto sale una pierna que se atraviesa y lo hace rodar a lo largo de la acera. Los transeúntes que están más cerca lo rodean de inmediato. Sin compasión, una lluvia de patadas empieza a caer sobre el hombre que está tirado en el piso. Este sólo atina a acurrucarse para resistir de manera estoica el castigo que sus jueces y verdugos han decidido propinarle. Algunos de ellos festejan; muestran el placer que les produce el dolor causado a su semejante. Lanzan voces y gritos de aprobación frente a lo que consideran justo que suceda. Un joven de unos veintiocho años se aleja lo más rápido posible para no continuar apreciando ese espectáculo que le parece lastimoso y repugnante. En su fuero más íntimo se duele de haber sido él quien atravesara la pierna.




martes, 23 de julio de 2019

Encuentro con la Inspiración. Sin usanza a lo decimonónico



Esta tarde, de regreso a casa me encontré a la Inspiración, esa en la que creen los poetas que a pesar de los caminos recorridos por la poesía durante el siglo veinte, se empeñan en enmelosar su lenguaje y en joderle la vida al crepúsculo. Estaba harapienta y algo avergonzada cuando me vio. Aún así se me acercó y con voz lastimera me pidió que le colaborara con algo. Yo me detuve. Me era imposible pasar de largo ante tan excepcional manifestación. Le dije que quería que se bañara y mejorara su apariencia. Me dijo que sí. Así que del dinero recién recibido por mi quincena, le compré un jean, sandalias y una blusa, fue a mi casa, se bañó y vistió su ropa nueva. Después de comer del almuerzo que compré para ambos, merodeó entre mis escritos y se percató de que en ellos no había nada que la aludiera, que mis textos para ella, eran de gran altura y sin las arandelas caducas que usaban los poetas que la habían arruinado. Después de una buena visita me dijo que se marchaba pues, según ella, yo no la necesitaba. Le pregunté a dónde iría. Con tranquilidad me dijo que a la calle. Necesitaba encontrar otros poetas que como yo, la siguieran reivindicando.