lunes, 18 de noviembre de 2019

Sobre política

Los pollitos dicen pío pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío. En estos pueblos maltrechos, cuando la gente tiene hambre y frío se queda callada por miedo a la represión, por miedo a las balas. Entonces la ecuación se complejiza. Ya no es solo hambre y frío, sino también miedo. Qué bien que el pollito tenga a la gallina. Nosotros tenemos a la madre patria.

Sobre la música

Para que haya música se necesita no solo de las notas sino también de los silencios. Además de quien la escuche. Los escuchas no son los músico quienes debido a su ego nunca se escuchan ni siquiera a sí mismos. En la teoría de la recepción estética queda queda claro que el arte, incluida la música, solo se realiza frente al público. A eso le agrego, el artista sin quien lo escuche cuando el arte deja la fase de la mera complacencia para alcanzar su fin comunicativo, precisa del receptor. En el caso del escritor son los receptores, en el caso del actor son los espectadores, en el caso del músico ¿acaso es él mismo?

sábado, 26 de octubre de 2019

Texto sobre Manuel Zapata Olivella


Comencé a leer a Manuel desde los 21 años y he releído, tomado apuntes y difundido su obra entre mis escuchas y estudiantes. Hace poco unos contactos mexicanos me hicieron saber que leerán sus libros gracias a mi video sobre Chambacú corral de negros. Hay que desentrañar las herramientas de interpretación que nos ofrece lo propio y bien hecho. Hay autores nuestros que jamas recomendaría a mis estudiantes por la poca calidad de su obra. Hablo de la deuda como sociedad por la poca fuerza que hemos hecho en Cartagena y Colombia para que se lea la obra de Manuel y de otros autores, para impulsar realmente lo literario así nos cueste sangre y arrancarnos las uñas. Eso a todos nos convierte en pusilánimes que esperan las dádivas mezquinas de un ministerio manipulador y que se mueve a conveniencias. El año entrante, veremos a quienes nos ponen de conferencistas y ponentes para los actos en torno a Manuel y su obra. Te puedo asegurar que en su mayoría serán los mismos de siempre, incluso autores del centro que dirán cosas muy poco fundamentadas sobre la obra. Pero lo harán bajo el auspicio del ministerio y nosotros como buenos y sumisos admiradores le haremos la venia. Ya en esa forma de actuar estaremos traicionando el legado de Manuel. No seremos el Máximo de Chambacú ni el Manuel de He visto la noche. Qué dolorosa legión de desterrados domésticos somos. Espero que uno de los invitados a conversar sobre mi amado maestro no sea el tino asprilla.

lunes, 26 de agosto de 2019

La literatura latinoamericana en pos de la descolonización: Mi delirio sobre el Chimborazo (poema inaugural)


La literatura latinoamericana ha sido históricamente determinada por la influencia coloniza- dora de la cual fuimos víctima durante la dominación española, y de la que seguimos siendo dolientes en estos tiempos de neocolonización cultural eurocéntrica gracias al predominio de las modas literarias provenientes de Norteamérica, asumidas por muchos de nosotros sin mayor reflexión ni autocrítica. Sin embargo, gracias al trabajo serio de algunos autores que han sobresalido en los intermedios de esta “historia” de quinientos veintiún años sin una identidad cultural configurada, nos es posible afirmar que existe una literatura latinoamericana –en el caso nuestro; colombiana– con  serios visos de autenticidad y con profundas raíces terrígenas, en cuyas líneas se evidencian los elementos suficientes para constituir lo que podríamos llamar una literatura propia que habla desde lo estético de los posibles caminos recorridos y por recorrer para que lleguemos al encuentro con nuestra otredad literaria. 
Solo para referenciar algunos de esos cultores de la latinoamericanidad invito a la revisión profunda de la obra de autores que en muchas ocasiones menospreciamos tanto por pereza intelectual (está en boga ser escritor sin ser lector) como por asumir las modas prejuiciosas inculcadas por nuestra academia inoperante y postmodernizada. Resulta indispensable para reconocer que en literatura sí hemos caminado por las sendas de la independencia cultural, analizar con detenimiento los requerimientos sociales, políticos y estéticos  realizados por esos autores románticos que en sus obras comenzaron a hablar de lo americano desde lo americano. Para profundizar en esa toma de consciencia, es preciso también revisar cómo se concretó en algunos de sus poemas y relatos, la exigencia de una literatura hecha desde América por quienes siguieron las ensoñaciones del cisne emblemático de Darío y sus contertulios modernistas; o la manera en que tanto narradores como poetas del siglo XX configuraron una estética de la palabra propia con una versatilidad y una verosimilitud envidiadas incluso por los autores del antiguo continente. Son muy americanas (aunque los desconocedores digan lo contrario) tanto la obra de Borges como la de Neruda, el coloquialismo Beneditiano y la antipoesía de Nicanor Parra ya anticipada, entre otros, por los versos del cartagenero Luis C. López. Cumplen con esta condición de americanidad las obras de narradores de Centro y Suramérica que desde sus cuentos y novelas comenzaron no solo a cuestionar las problemáticas de cada una de las incipientes naciones, sino también a emplear los elementos culturales, sociales y telúricos que esta tierra les brindaba para configurar una narrativa con identidad. Solo por mencionar algunos, podríamos hacer una revisión de la novelística de la revolución mexicana en la que destaca Los de abajo de Mariano Azuela, y la narrativa inaugural de la modernidad literaria en Colombia a partir de La marquesa de Yolombó y los cuentos de Tomás Carrasquilla, así como de La Vorágine de José Eustasio Rivera. Nombrarlos a todos haría de este escrito un inventario interminable y no nombrarlos también raya en la mezquindad que caracteriza a todo listado. Pero, por razones de espacio cerraré este introito recordando la inigualable reivindicación de nuestra autenticidad  literaria hecha por la pléyade conocida como Boom latinoamericano.  
Lo anterior nos lleva a preguntarnos por un probable origen de la casi única posibilidad de construcción de un elemento identitario a partir de una literatura del pueblo americano. Y sí existe. Podemos encontrar tal punto de partida en el primer poema en prosa escrito en nuestras tierras por un hombre al que no se le considera escritor de oficio, pero cuyo talento para las letras quedó ratificado en la prosa enérgica y fluida de las cartas y discursos que escribió a lo largo de su carrera como hombre político y de armas durante la gesta libertadora. Ese poema es Mi delirio sobre el Chimborazo y su autor, Simón Bolívar. En este único poema del libertador, se encuentran los rasgos que a lo largo de nuestra historia configuran una literatura propia. No basta con que haya sido escrito en Latinoamérica por un latinoamericano (hoy día encontramos gran cantidad de escritores de estos lares afectados de europeísmos anacrónicos que creen estar haciendo literatura actual y latinoamericana). Para corroborar los requisitos de una estética literaria en el texto de Bolívar analicemos los elementos que en este poema se conjugan para que alcance el vuelo literario que lo sitúa como referente inaugural de lo que otros escritores podrían haber emulado en el trayecto posterior de la literatura latinoamericana.
Es preciso apreciar cómo por medio del empleo de diferentes recursos sintácticos, de giros verbales y acentos muy bien distribuidos, Mi delirio sobre el Chimborazo se encumbra, adquiriendo el ritmo propio de lo épico. A lo largo de las líneas que lo componen, la aliteración cumple su papel de recurso musical propio de la prosa poética. Esta secuencia de sonidos adquiere en el texto una naturalidad que evoca el rugir del viento en la cumbre de la montaña y la voz de trueno con que el Tiempo le habla al hombre que lo contempla en medio de la ensoñación. En el ritmo poético de este texto es claramente perceptible el himno atronador con que el hermano del Infinito reclama a favor de la Naturaleza.
Otro elemento poético a considerar en el texto de Bolívar está relacionado con su magistral elaboración simbólica. Son múltiples los recursos semánticos en él empleados por la voz poética; las metáforas, los epítetos, los símiles y las prosopopeyas son hilvanadas de manera singular para construir una valiosa metáfora de conjunto, haciendo del poema una bella alegoría del Tiempo como voz inquebrantable ante la que cualquier hombre, por grande que sea, asume su finitud frente a la inmensidad de la naturaleza. Ante esta alegoría, el lector ni siquiera puede pensar en un dios del tiempo que pertenezca a una mitología distinta a la americana. A lo sumo, este dios, habitante de la cima del Chimborazo, podría ser asimilado a alguna de las deidades tutelares de las tribus que habitaron los alrededores de este monte entre las que se cuentan los Puruhá quienes veían en el dominador de los Andes a uno de sus dioses. Sin temor a equivocaciones, podría decirse que en la caracterización que la voz poética hace del fantasma que lo interpela, también hay rasgos de personajes mitológicos civilizadores como Bochica o Viracocha.
Para finalizar con el análisis propuesto quisiera aludir a la tensión poética como rasgo sin el cual es improbable concebir la existencia de un buen poema en cualquier época. En el Delirio de Bolívar subyacen variados elementos de tensión, pero los opuestos complementarios que la voz poética propone como centrales son relevantes debido a que además de ser universales, también son atemporales. Estos, hoy más que nunca, hacen parte de las preocupaciones existenciales, culturales, económicas y políticas de la sociedad que ajustándome al decir de Enrique Dussell, calificaré de transmoderna. La tensión del Delirio se da entre los elementos de ese dualismo cartesiano que tanto ha viciado nuestra dimensión ecológica y que, según lo leído en el texto, Bolívar ya preveía como un profundo problema. El hablante lírico del poema quiere asumir en un principio ese papel de dominador de su entorno. Se siente grande, capaz de irrespetar al paisaje natural que lo rodea. Pero en medio de la corona diamantina aparece el Tiempo para demostrarle su equivocación con una voz retumbante que escoge como recurso poético persuasivo la interrogación retórica. La revelación hecha por esta voz hace recapacitar a su interlocutor envanecido, quien termina asumiendo su papel como parte integral de la naturaleza. Parece que Bolívar tuviera la intención secreta de recordarnos a los lectores los dictámenes del comunitarismo aborigen practicado por los hijos de la Pachamama.
El camino literario propuesto por Bolívar en su Delirio resulta ser una invitación a la gran toma de conciencia que como latinoamericanos debemos ejecutar. Dicho despertar debe darse en relación con la riqueza que algunos cultores de nuestra historia literaria ya han aprovechado con resultados estéticos muy acertados. Desde este poema inaugural, la voz del Tiempo mítico que le habló al caminante de los Andes también nos habla a nosotros para que por medio de la palabra continuemos indagando por nuestra autenticidad y por los elementos que nos servirían para configurar la identidad que tanto necesitamos. Una identidad que por permanecer extraviada, además de hacernos adoradores y replicadores irreflexivos de modas foráneas, nos impide convertirnos en el referente regional y mundial que política, económica y culturalmente podríamos ser. Es parte de nuestro trabajo como lectores y escritores no ignorar este legado. Igual que Bolívar quien empuñó la espada y la pluma podríamos emplear para nuestra liberación de los actuales mecanismos colonizadores y manipuladores de nuestro pensamiento, de nuestra consciencia, de nuestra intelectualidad el reconocimiento imperativo de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que estamos, ante el mundo, en mora de proyectar.
                                                                  Jesús David Buelvas Pedroza      


martes, 20 de agosto de 2019

En proceso

Ya hizo todo lo que un tipo de 46 necesitaría para vivir tranquilo el resto de su vida si no tuviera que responderle a una sociedad capitalista y tan mezquinamente organizada. Ha sido un fin de semana de perla. Festivo incluido. Sin mayores exigencias que quedarse en casa, durmiendo hasta tarde, leyendo todo lo que ha querido, recibiendo la visita de una buena amiga que ha querido cocinar la comida que él más disfruta (cocinar es una de las pocas cosas que no ha aprendido), escuchando mucha de su música preferida. Se siente tan acostumbrado y cómodo con esto que desea fuertemente que hubiera martes, miércoles... una seguidilla de semanas festivas infinitas. Pero llega la sensatez y le dice que la vida no funciona así. Que mañana tiene que ir a trabajar y que así tal vez sea hasta los 62 si el gobierno de su país y los banqueros que lo manejan, a esa edad quieren darle una pensión. Piensa que es mucho tiempo, pero que le va a hacer; no se ganará la lotería, no cree en eso y por ello no la compra, su único proyecto empresarial está destinado al fracaso porque no se ajusta a las modas mercantiles del momento; publica libros en lugar de cantar champeta o reguetón. En fin, un inventario desastroso pero cuyo efecto ensombrecedor decide amainar saliendo a caminar un rato. Ya casi listo recuerda que afuera está la gente con sus sórdidas manías de siempre. Deja la idea de lado, toma un libro de nuevo y se dispone a seguir leyendo. Que sea lo que sea -se dice-. Es lunes festivo y confía en que antes de que el martes llegue a rutinizarlo todo, la Tierra comience a ser invadida por extraterrestres.

sábado, 10 de agosto de 2019

Reflexiones en el encierro

En una tarde como esta en la que el mundo a mi alrededor se debate en torno a discursos confusos que van de uno a otro lado, prefiero asomarme a la ventana. Surge entonces la pregunta ¿ya que estamos aquí más de siete mil millones cómo hacemos para ponernos de acuerdo? ¿Cuántos cientos o miles de años faltarán para que un día a pesar de las diferencias caminemos solo en la dirección de lo humano? Mientras eso pasa, prefiero la tranquilidad de mi habitación, el equilibrio que me produce respirar profundo y pensar que lo más hermoso que me puede pasar es esta profunda indiferencia

jueves, 1 de agosto de 2019

Poema de diciembre



El corazón del hombre insiste en transformar sin transformarse a sí mismo.
Es diciembre.
Las calles están llenas de gritos y brisas que nos enfrían
que nos trasladan hacia otra parte.

Los motores de los carros subvierten el deseo.
La gelatina del cerebro impide pensar.
Sólo es evocación de árbol y raíces.

El disparo verde de la casa de enfrente es real.
Tan real como los árboles de mango y su follaje.
Huele a mango.
Un olor que proviene de una memoria casi extinta
al lado del fogón
escuchando las voces del abuelo.

Sangra la risa y las estillas crepitan.
Carbón para calentar el viento.
Un canto azul arde en las lenguas del fuego.
Yo aquí. Sitiado entre dos tiempos.

Nubes de polvo vienen desde las construcciones cercanas.
El corazón del hombre se empecina en transformar
en llamar a este diciembre “tiempo nuevo”.
Tal vez sea así y no me doy cuenta.

Dispara el verde y ciega.

(Salgo) Este diciembre que eructa
que muestra sus fauces custodiadas por niños
con acentuadas caras de inocencia.
El golpe de su bastón contra el piso del espíritu.
La firmeza de las pisadas con que machaca nuestras cabezas.

La puerta abierta o cerrada.
Da lo mismo frente a los gritos que sacuden desde la calle.
La puerta abierta o cerrada.
Da lo mismo frente a este diciembre que tonsura nuestro ánimo
que nos llena de serrín y nos oxida.

Nombro el vuelo de las cosas
su ambiguo trazo frente al tiempo que nos envejece y nos entierra.

Tres mujeres pasean en bicicleta.
Sus piernas pedalean uniformes.
Respiro ante tanta sincronía.

Miro hacia otra parte.
Las bolsas de basura que el camión recolector aún no se lleva.

Es media mañana.
Un tiempo y una desidia innombrables abarcan esta calle.
Las gentes publican sus caras de aburrimiento.
Unos chicos intentan rescatar su balón del techo de la casa vecina.
Sus ganas de jugar suplidas por un reto para el ingenio.
Lo demás es la calle extendiéndose en la mirada soñolienta de los transeúntes
las personas que charlan frente a la ventana por donde me asomo al mundo.
Ese mundo de casas verdes, azules o naranja.
Ese mundo de motocicletas y carros hiriéndonos con el ruido de sus motores.
Ese mundo de parques y bardas extendidas
frente a casas donde se ha hecho el amor y también se ha asesinado.
Ese mundo movido por la brisa de este diciembre que atenaza y enfría el alma. 

                                                             Jesús David Buelvas Pedroza


  


martes, 30 de julio de 2019

viernes, 26 de julio de 2019

Este o cualquier otro lunes (novela) Primer capítulo.


Es lunes. Apenas comienza la mañana y la gente ya está fastidiada por el calor. La ciudad se llena con el ruido de los carros, con los gritos de los vendedores, con el traqueteo de las cortinas metálicas. En medio del caos, las personas se han acostumbrado a no pensar, a caminar más rápido para evitar que el bus de lo cotidiano los atropelle. Muchos han olvidado sus sueños, las ilusiones que alguna vez albergaron, para adaptarse a las necesidades impuestas por la supervivencia, por los compromisos diarios y las carreras. Otros intentan sobrevivir a pesar de la amargura que los embarga. Esa desazón que les ha quedado por renunciar a lo que alguna vez, pensaron ser. Todos, de una forma u otra, se ven sometidos a la tiranía de la ciudad, a las vicisitudes que a diario ésta les impone.
Un poco más de las ocho de la mañana. Desde alguna de las esquinas marcadas por semáforos se escucha un grito:
- ¡Cójanlooo!
Un hombre corre con un bolso de mujer en la mano. Todas las miradas se enfocan en él y en la carrera de varios hombres que lo persiguen. De la mitad del tumulto sale una pierna que se atraviesa y lo hace rodar a lo largo de la acera. Los transeúntes que están más cerca lo rodean de inmediato. Sin compasión, una lluvia de patadas empieza a caer sobre el hombre que está tirado en el piso. Este sólo atina a acurrucarse para resistir de manera estoica el castigo que sus jueces y verdugos han decidido propinarle. Algunos de ellos festejan; muestran el placer que les produce el dolor causado a su semejante. Lanzan voces y gritos de aprobación frente a lo que consideran justo que suceda. Un joven de unos veintiocho años se aleja lo más rápido posible para no continuar apreciando ese espectáculo que le parece lastimoso y repugnante. En su fuero más íntimo se duele de haber sido él quien atravesara la pierna.




martes, 23 de julio de 2019

Encuentro con la Inspiración. Sin usanza a lo decimonónico



Esta tarde, de regreso a casa me encontré a la Inspiración, esa en la que creen los poetas que a pesar de los caminos recorridos por la poesía durante el siglo veinte, se empeñan en enmelosar su lenguaje y en joderle la vida al crepúsculo. Estaba harapienta y algo avergonzada cuando me vio. Aún así se me acercó y con voz lastimera me pidió que le colaborara con algo. Yo me detuve. Me era imposible pasar de largo ante tan excepcional manifestación. Le dije que quería que se bañara y mejorara su apariencia. Me dijo que sí. Así que del dinero recién recibido por mi quincena, le compré un jean, sandalias y una blusa, fue a mi casa, se bañó y vistió su ropa nueva. Después de comer del almuerzo que compré para ambos, merodeó entre mis escritos y se percató de que en ellos no había nada que la aludiera, que mis textos para ella, eran de gran altura y sin las arandelas caducas que usaban los poetas que la habían arruinado. Después de una buena visita me dijo que se marchaba pues, según ella, yo no la necesitaba. Le pregunté a dónde iría. Con tranquilidad me dijo que a la calle. Necesitaba encontrar otros poetas que como yo, la siguieran reivindicando.

sábado, 1 de junio de 2019

Nota de 1 de junio de 2014

Creo que todo lo que uno hace durante su vida deja una huella que luego se ha de manifestar de manera simbólica en cada una de nuestras acciones y pensamientos.A veces me siento heredero de Aguila Sollitaria. Sobre todo cuando me embarga el optimismo del que ya he hablado frente a esas situaciones limites que para todo ser humano existen. Es en ese momento que nada influye tanto en mí como ese lema que tantas veces me repetí cuando enfrentaba a puños a mis compañeros del bachillerato (lo hacía con énfasis, entornando los ojos y apretando los puños "Vencer o Morir es la ley de mi raza". Mis adversarios, nada lectores, se atemorizaban tanto que no sabían como reaccionar. Era el momento definitivo, narices sangrando y uno que otro diente partido. Yo siempre pegaba en la cara y una rodilla bien entrenada iba directo a las costillas del oponente) y ha funcionado, de la misma manera golpeo con las palabras como en el caso del comentario anterior. En otras ocasiones, cuando el desespero por algo quiere embargarme, recuerdo a Kaliman diciéndole a Solín "Paciencia pequeño Solín, quien domina la mente lo domina todo". Estoy tan convencido de ello que resulta y nada en absoluto, hasta ahora, me perturba. Los demás escritores que he leído me han influenciado grandemente pero estas huellas de las que hablo son la base de mi estructura mental. Algún día me imagino disfrazado de uno de estos dos personajes para rendirles tributo mientras leo mis poemas en público.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Nota del 29 de mayo de 2019

PARA QUE LEA Y ME INSULTE SI LE DA LA GANA
Ayer vi que varios de mis contactos publicaron una foto bastante llamativa en la que el autor del texto invita a compartir estados y pronunciamientos de lo que él llama verdaderos artistas y promotores de la cultura en lugar de seguir la tendencia que han marcado las redes y la domesticación a la que han sido sometidas las mentes de la mayoría de individuos que habitan este mundo virtual. Él, de manera rotunda, pide que se deje de lado la publicación de tanta vacuidad producida por los influencers y falsos artista. Estoy muy de acuerdo con esa petición. Y este acuerdo me llevó a preguntarme ¿por qué la gente prefiere compartir y replicar todas las publicaciones que hacen gala de la estupidez que aflora en gran parte de los cerebros humanos? Son muchas las razones. Pero hoy quiero apuntar a una que se me ocurrió esta mañana y cuya huella, creo, está en un bello ensayo de Vicente Fattone que leí hace algunos años. Esa razón es sencilla. Creo que quienes comparten ese tipo de publicaciones lo hacen porque con ello suponen que están haciendo gala de su inteligencia.
Cuando el ser humano no ha creado posibilidades de expresión auténticas no le queda sino recurrir a dejar en ridículo al otro, a minimizarlo para sentirse y mostrarse más inteligente que ese otro que con su forma de actuar se ha ridiculizado a sí mismo (porque se ha ridiculizado y para nada voy a defender el derecho a ser o a hacer el ridículo).Repito, no es esta la única razón. Pero considero que si es una de las razones más fuertes y relevantes.
Por alguna razón oculta en nuestra oscura génesis humana, a muy pocos nos interesa visibilizar a otras personas como más inteligentes que nosotros, sobre todo si estas nos son cercanas y no son promovidas por los medios de comunicación y la apestosa publicidad del mundo del consumo. Pero cuando se trata de un vecino, de un contacto o de cualquier otra persona del común que ha caído en el ridículo, hay que caerle y hacer de ese ser la comidilla, el objeto de nuestras burlas e insultos públicos en las redes. La burla escueta y el insulto corriente parecen ser las formas más fáciles de demostrar "nuestra inteligencia" cuando no hemos avanzado hacia estadíos más altos de pensamiento. Y para ejercer esta habilidad intelectual del homo sapiens virtual y virulento, aparecen en manada y a diario quienes por masoquismo o cualquier otra oculta razón de su individualidad están dispuestos a ser víctimas sociales de quienes disfrutan replicar, evidenciar y demostrar su "inteligencia" a costa de quienes hacen el ridículo.

Nota del 28 de mayo de 2019

Esta mañana en que la lluvia me mantiene encerrado en mi apartamento, leo a Saramago, su Último cuaderno, escrito en 2009. No hago sino pensar gracias a sus palabras, cuánta falta nos hace activar esa parte humana llamada coherencia de pensamiento, palabra y hecho. En estos días se me ha redespertado casi de manera obsesiva, la idea de lo incoherente que somos como sociedad. Es aberrante el bajo, casi nulo, nivel de integridad e integralidad que uno descubre en las personas si se dedica a observarlas bien. Profesores, abogados, administradores, profesionales de todo tipo y gente "del común" ajustándose al fallido precepto de "lo digo pero hago otra cosa", del "eso no importa ¿para qué creyó lo que dije?" con tan arraigado cinismo que me dan ganas de pedirle a la naturaleza que diluvie por cuarenta días y sus noches (eso que no soy creyente) para que sepulte a tanto nefilin que habita y transcurre por estas calles. La lluvia ha cesado y mi trabajo me espera. Me calzo un buzo gris y me digo "sal, es preciso cumplir con tu rol y tu palabra a cabalidad. Allá ellos, los incoherentes". Gracias Saramago, por hacerme sentir a través de tus palabras que no estoy solo en medio de esta "caterva de vencejos" que parece haber renunciado a su capacidad para pensar, lo más humano que existe.