Los pollitos dicen pío pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío. En estos pueblos maltrechos, cuando la gente tiene hambre y frío se queda callada por miedo a la represión, por miedo a las balas. Entonces la ecuación se complejiza. Ya no es solo hambre y frío, sino también miedo. Qué bien que el pollito tenga a la gallina. Nosotros tenemos a la madre patria.
lunes, 18 de noviembre de 2019
Sobre la música
Para que haya música se necesita no solo de las notas sino también de los silencios. Además de quien la escuche. Los escuchas no son los músico quienes debido a su ego nunca se escuchan ni siquiera a sí mismos. En la teoría de la recepción estética queda queda claro que el arte, incluida la música, solo se realiza frente al público. A eso le agrego, el artista sin quien lo escuche cuando el arte deja la fase de la mera complacencia para alcanzar su fin comunicativo, precisa del receptor. En el caso del escritor son los receptores, en el caso del actor son los espectadores, en el caso del músico ¿acaso es él mismo?
sábado, 26 de octubre de 2019
Texto sobre Manuel Zapata Olivella
Comencé
a leer a Manuel desde los 21 años y he releído, tomado apuntes y difundido su
obra entre mis escuchas y estudiantes. Hace poco unos contactos mexicanos me
hicieron saber que leerán sus libros gracias a mi video sobre Chambacú corral
de negros. Hay que desentrañar las herramientas de interpretación que nos
ofrece lo propio y bien hecho. Hay autores nuestros que jamas recomendaría a
mis estudiantes por la poca calidad de su obra. Hablo de la deuda como sociedad
por la poca fuerza que hemos hecho en Cartagena y Colombia para que se lea la
obra de Manuel y de otros autores, para impulsar realmente lo literario así nos
cueste sangre y arrancarnos las uñas. Eso a todos nos convierte en pusilánimes
que esperan las dádivas mezquinas de un ministerio manipulador y que se mueve a
conveniencias. El año entrante, veremos a quienes nos ponen de conferencistas y
ponentes para los actos en torno a Manuel y su obra. Te puedo asegurar que en
su mayoría serán los mismos de siempre, incluso autores del centro que dirán
cosas muy poco fundamentadas sobre la obra. Pero lo harán bajo el auspicio del
ministerio y nosotros como buenos y sumisos admiradores le haremos la venia. Ya
en esa forma de actuar estaremos traicionando el legado de Manuel. No seremos
el Máximo de Chambacú ni el Manuel de He visto la noche. Qué dolorosa legión de
desterrados domésticos somos. Espero que uno de los invitados a conversar sobre
mi amado maestro no sea el tino asprilla.
lunes, 26 de agosto de 2019
La literatura latinoamericana en pos de la descolonización: Mi delirio sobre el Chimborazo (poema inaugural)
La literatura
latinoamericana ha sido históricamente determinada por la influencia coloniza- dora
de la cual fuimos víctima durante la dominación española, y de la que seguimos
siendo dolientes en estos tiempos de neocolonización cultural eurocéntrica
gracias al predominio de las modas literarias provenientes de Norteamérica,
asumidas por muchos de nosotros sin mayor reflexión ni autocrítica. Sin embargo,
gracias al trabajo serio de algunos autores que han sobresalido en los
intermedios de esta “historia” de quinientos veintiún años sin una identidad
cultural configurada, nos es posible afirmar que existe una literatura
latinoamericana –en el caso nuestro; colombiana– con serios visos de autenticidad y con profundas
raíces terrígenas, en cuyas líneas se evidencian los elementos suficientes para
constituir lo que podríamos llamar una literatura propia que habla desde lo
estético de los posibles caminos recorridos y por recorrer para que lleguemos
al encuentro con nuestra otredad literaria.
Solo para referenciar
algunos de esos cultores de la latinoamericanidad invito a la revisión profunda
de la obra de autores que en muchas ocasiones menospreciamos tanto por pereza
intelectual (está en boga ser escritor sin ser lector) como por asumir las
modas prejuiciosas inculcadas por nuestra academia inoperante y
postmodernizada. Resulta indispensable para reconocer que en literatura sí
hemos caminado por las sendas de la independencia cultural, analizar con
detenimiento los requerimientos sociales, políticos y estéticos realizados por esos autores románticos que en
sus obras comenzaron a hablar de lo americano desde lo americano. Para
profundizar en esa toma de consciencia, es preciso también revisar cómo se
concretó en algunos de sus poemas y relatos, la exigencia de una literatura
hecha desde América por quienes siguieron las ensoñaciones del cisne
emblemático de Darío y sus contertulios modernistas; o la manera en que tanto
narradores como poetas del siglo XX configuraron una estética de la palabra
propia con una versatilidad y una verosimilitud envidiadas incluso por los
autores del antiguo continente. Son muy americanas (aunque los desconocedores
digan lo contrario) tanto la obra de Borges como la de Neruda, el coloquialismo
Beneditiano y la antipoesía de Nicanor Parra ya anticipada, entre otros, por
los versos del cartagenero Luis C. López. Cumplen con esta condición de
americanidad las obras de narradores de Centro y Suramérica que desde sus
cuentos y novelas comenzaron no solo a cuestionar las problemáticas de cada una
de las incipientes naciones, sino también a emplear los elementos culturales,
sociales y telúricos que esta tierra les brindaba para configurar una narrativa
con identidad. Solo por mencionar algunos, podríamos hacer una revisión de la
novelística de la revolución mexicana en la que destaca Los de abajo de Mariano Azuela, y la narrativa inaugural de la
modernidad literaria en Colombia a partir de La marquesa de Yolombó y los cuentos de Tomás Carrasquilla, así
como de La Vorágine de José Eustasio
Rivera. Nombrarlos a todos haría de este escrito un inventario interminable y
no nombrarlos también raya en la mezquindad que caracteriza a todo listado. Pero,
por razones de espacio cerraré este introito recordando la inigualable
reivindicación de nuestra autenticidad
literaria hecha por la pléyade conocida como Boom latinoamericano.
Lo anterior nos lleva a
preguntarnos por un probable origen de la casi única posibilidad de
construcción de un elemento identitario a partir de una literatura del pueblo
americano. Y sí existe. Podemos encontrar tal punto de partida en el primer
poema en prosa escrito en nuestras tierras por un hombre al que no se le considera
escritor de oficio, pero cuyo talento para las letras quedó ratificado en la
prosa enérgica y fluida de las cartas y discursos que escribió a lo largo de su
carrera como hombre político y de armas durante la gesta libertadora. Ese poema
es Mi delirio sobre el Chimborazo y su autor, Simón Bolívar. En este único
poema del libertador, se encuentran los rasgos que a lo largo de nuestra historia
configuran una literatura propia. No basta con que haya sido escrito en Latinoamérica
por un latinoamericano (hoy día encontramos gran cantidad de escritores de
estos lares afectados de europeísmos anacrónicos que creen estar haciendo
literatura actual y latinoamericana). Para corroborar los requisitos de una
estética literaria en el texto de Bolívar analicemos los elementos que en este
poema se conjugan para que alcance el vuelo literario que lo sitúa como
referente inaugural de lo que otros escritores podrían haber emulado en el
trayecto posterior de la literatura latinoamericana.
Es preciso apreciar cómo
por medio del empleo de diferentes recursos sintácticos, de giros verbales y acentos
muy bien distribuidos, Mi delirio sobre el Chimborazo se encumbra, adquiriendo
el ritmo propio de lo épico. A lo largo de las líneas que lo componen, la
aliteración cumple su papel de recurso musical propio de la prosa poética. Esta
secuencia de sonidos adquiere en el texto una naturalidad que evoca el rugir
del viento en la cumbre de la montaña y la voz de trueno con que el Tiempo le
habla al hombre que lo contempla en medio de la ensoñación. En el ritmo poético
de este texto es claramente perceptible el himno atronador con que el hermano del Infinito reclama a favor
de la Naturaleza.
Otro elemento poético a
considerar en el texto de Bolívar está relacionado con su magistral elaboración
simbólica. Son múltiples los recursos semánticos en él empleados por la voz
poética; las metáforas, los epítetos, los símiles y las prosopopeyas son
hilvanadas de manera singular para construir una valiosa metáfora de conjunto,
haciendo del poema una bella alegoría del Tiempo como voz inquebrantable ante
la que cualquier hombre, por grande que sea, asume su finitud frente a la inmensidad
de la naturaleza. Ante esta alegoría, el lector ni siquiera puede pensar en un
dios del tiempo que pertenezca a una mitología distinta a la americana. A lo
sumo, este dios, habitante de la cima del Chimborazo, podría ser asimilado a
alguna de las deidades tutelares de las tribus que habitaron los alrededores de
este monte entre las que se cuentan los Puruhá quienes veían en el dominador de los Andes a uno de sus
dioses. Sin temor a equivocaciones, podría decirse que en la caracterización
que la voz poética hace del fantasma que
lo interpela, también hay rasgos de personajes mitológicos civilizadores como
Bochica o Viracocha.
Para finalizar con el
análisis propuesto quisiera aludir a la tensión poética como rasgo sin el cual
es improbable concebir la existencia de un buen poema en cualquier época. En el
Delirio de Bolívar subyacen variados elementos de tensión, pero los opuestos
complementarios que la voz poética propone como centrales son relevantes debido
a que además de ser universales, también son atemporales. Estos, hoy más que
nunca, hacen parte de las preocupaciones existenciales, culturales, económicas y
políticas de la sociedad que ajustándome al decir de Enrique Dussell,
calificaré de transmoderna. La tensión del Delirio
se da entre los elementos de ese dualismo cartesiano que tanto ha viciado
nuestra dimensión ecológica y que, según lo leído en el texto, Bolívar ya
preveía como un profundo problema. El hablante lírico del poema quiere asumir
en un principio ese papel de dominador de su entorno. Se siente grande, capaz
de irrespetar al paisaje natural que lo rodea. Pero en medio de la corona diamantina aparece el Tiempo
para demostrarle su equivocación con una voz retumbante que escoge como recurso
poético persuasivo la interrogación retórica. La revelación hecha por esta voz
hace recapacitar a su interlocutor envanecido, quien termina asumiendo su papel
como parte integral de la naturaleza. Parece que Bolívar tuviera la intención
secreta de recordarnos a los lectores los dictámenes del comunitarismo aborigen
practicado por los hijos de la Pachamama.
El camino literario
propuesto por Bolívar en su Delirio
resulta ser una invitación a la gran toma de conciencia que como
latinoamericanos debemos ejecutar. Dicho despertar debe darse en relación con la
riqueza que algunos cultores de nuestra historia literaria ya han aprovechado
con resultados estéticos muy acertados. Desde este poema inaugural, la voz del
Tiempo mítico que le habló al caminante de los Andes también nos habla a
nosotros para que por medio de la palabra continuemos indagando por nuestra
autenticidad y por los elementos que nos servirían para configurar la identidad
que tanto necesitamos. Una identidad que por permanecer extraviada, además de
hacernos adoradores y replicadores irreflexivos de modas foráneas, nos impide
convertirnos en el referente regional y mundial que política, económica y
culturalmente podríamos ser. Es parte de nuestro trabajo como lectores y
escritores no ignorar este legado. Igual que Bolívar quien empuñó la espada y
la pluma podríamos emplear para nuestra liberación de los actuales mecanismos
colonizadores y manipuladores de nuestro pensamiento, de nuestra consciencia,
de nuestra intelectualidad el reconocimiento imperativo de lo que somos, de lo
que tenemos y de lo que estamos, ante el mundo, en mora de proyectar.
martes, 20 de agosto de 2019
En proceso
Ya hizo todo lo que un tipo de 46 necesitaría para vivir tranquilo el resto de su vida si no tuviera que responderle a una sociedad capitalista y tan mezquinamente organizada. Ha sido un fin de semana de perla. Festivo incluido. Sin mayores exigencias que quedarse en casa, durmiendo hasta tarde, leyendo todo lo que ha querido, recibiendo la visita de una buena amiga que ha querido cocinar la comida que él más disfruta (cocinar es una de las pocas cosas que no ha aprendido), escuchando mucha de su música preferida. Se siente tan acostumbrado y cómodo con esto que desea fuertemente que hubiera martes, miércoles... una seguidilla de semanas festivas infinitas. Pero llega la sensatez y le dice que la vida no funciona así. Que mañana tiene que ir a trabajar y que así tal vez sea hasta los 62 si el gobierno de su país y los banqueros que lo manejan, a esa edad quieren darle una pensión. Piensa que es mucho tiempo, pero que le va a hacer; no se ganará la lotería, no cree en eso y por ello no la compra, su único proyecto empresarial está destinado al fracaso porque no se ajusta a las modas mercantiles del momento; publica libros en lugar de cantar champeta o reguetón. En fin, un inventario desastroso pero cuyo efecto ensombrecedor decide amainar saliendo a caminar un rato. Ya casi listo recuerda que afuera está la gente con sus sórdidas manías de siempre. Deja la idea de lado, toma un libro de nuevo y se dispone a seguir leyendo. Que sea lo que sea -se dice-. Es lunes festivo y confía en que antes de que el martes llegue a rutinizarlo todo, la Tierra comience a ser invadida por extraterrestres.
sábado, 10 de agosto de 2019
Reflexiones en el encierro
En una tarde como esta en la que el mundo a mi alrededor se debate en torno a discursos confusos que van de uno a otro lado, prefiero asomarme a la ventana. Surge entonces la pregunta ¿ya que estamos aquí más de siete mil millones cómo hacemos para ponernos de acuerdo? ¿Cuántos cientos o miles de años faltarán para que un día a pesar de las diferencias caminemos solo en la dirección de lo humano? Mientras eso pasa, prefiero la tranquilidad de mi habitación, el equilibrio que me produce respirar profundo y pensar que lo más hermoso que me puede pasar es esta profunda indiferencia
jueves, 1 de agosto de 2019
Poema de diciembre
El corazón del
hombre insiste en transformar sin transformarse a sí mismo.
Es diciembre.
Las calles están
llenas de gritos y brisas que nos enfrían
que nos trasladan
hacia otra parte.
Los motores de los
carros subvierten el deseo.
La gelatina del
cerebro impide pensar.
Sólo es evocación
de árbol y raíces.
El disparo verde
de la casa de enfrente es real.
Tan real como los
árboles de mango y su follaje.
Huele a mango.
Un olor que
proviene de una memoria casi extinta
al lado del fogón
escuchando las
voces del abuelo.
Sangra la risa y
las estillas crepitan.
Carbón para
calentar el viento.
Un canto azul arde
en las lenguas del fuego.
Yo aquí. Sitiado
entre dos tiempos.
Nubes de polvo
vienen desde las construcciones cercanas.
El corazón del
hombre se empecina en transformar
en llamar a este
diciembre “tiempo nuevo”.
Tal vez sea así y
no me doy cuenta.
Dispara el verde y
ciega.
(Salgo) Este
diciembre que eructa
que muestra sus
fauces custodiadas por niños
con acentuadas
caras de inocencia.
El golpe de su
bastón contra el piso del espíritu.
La firmeza de las
pisadas con que machaca nuestras cabezas.
La puerta abierta
o cerrada.
Da lo mismo frente
a los gritos que sacuden desde la calle.
La puerta abierta
o cerrada.
Da lo mismo frente
a este diciembre que tonsura nuestro ánimo
que nos llena de
serrín y nos oxida.
Nombro el vuelo de
las cosas
su ambiguo trazo
frente al tiempo que nos envejece y nos entierra.
Tres mujeres
pasean en bicicleta.
Sus piernas
pedalean uniformes.
Respiro ante tanta
sincronía.
Miro hacia otra
parte.
Las bolsas de
basura que el camión recolector aún no se lleva.
Es media mañana.
Un tiempo y una
desidia innombrables abarcan esta calle.
Las gentes
publican sus caras de aburrimiento.
Unos chicos
intentan rescatar su balón del techo de la casa vecina.
Sus ganas de jugar
suplidas por un reto para el ingenio.
Lo demás es la
calle extendiéndose en la mirada soñolienta de los transeúntes
las personas que
charlan frente a la ventana por donde me asomo al mundo.
Ese mundo de casas
verdes, azules o naranja.
Ese mundo de
motocicletas y carros hiriéndonos con el ruido de sus motores.
Ese mundo de
parques y bardas extendidas
frente a casas
donde se ha hecho el amor y también se ha asesinado.
Ese mundo movido
por la brisa de este diciembre que atenaza y enfría el alma.
Jesús David Buelvas Pedroza
martes, 30 de julio de 2019
viernes, 26 de julio de 2019
Este o cualquier otro lunes (novela) Primer capítulo.
Es lunes. Apenas
comienza la mañana y la gente ya está fastidiada por el calor. La ciudad se
llena con el ruido de los carros, con los gritos de los vendedores, con el
traqueteo de las cortinas metálicas. En medio del caos, las personas se han
acostumbrado a no pensar, a caminar más rápido para evitar que el bus de lo
cotidiano los atropelle. Muchos han olvidado sus sueños, las ilusiones que
alguna vez albergaron, para adaptarse a las necesidades impuestas por la
supervivencia, por los compromisos diarios y las carreras. Otros intentan
sobrevivir a pesar de la amargura que los embarga. Esa desazón que les ha
quedado por renunciar a lo que alguna vez, pensaron ser. Todos, de una forma u
otra, se ven sometidos a la tiranía de la ciudad, a las vicisitudes que a
diario ésta les impone.
Un poco más de las ocho
de la mañana. Desde alguna de las esquinas marcadas por semáforos se escucha un
grito:
- ¡Cójanlooo!
Un hombre corre con un
bolso de mujer en la mano. Todas las miradas se enfocan en él y en la carrera
de varios hombres que lo persiguen. De la mitad del tumulto sale una pierna que
se atraviesa y lo hace rodar a lo largo de la acera. Los transeúntes que están
más cerca lo rodean de inmediato. Sin compasión, una lluvia de patadas empieza
a caer sobre el hombre que está tirado en el piso. Este sólo atina a
acurrucarse para resistir de manera estoica el castigo que sus jueces y
verdugos han decidido propinarle. Algunos de ellos festejan; muestran el placer
que les produce el dolor causado a su semejante. Lanzan voces y gritos de
aprobación frente a lo que consideran justo que suceda. Un joven de unos
veintiocho años se aleja lo más rápido posible para no continuar apreciando ese
espectáculo que le parece lastimoso y repugnante. En su fuero más íntimo se
duele de haber sido él quien atravesara la pierna.
martes, 23 de julio de 2019
Encuentro con la Inspiración. Sin usanza a lo decimonónico
Esta tarde, de regreso a casa me encontré a la Inspiración, esa en la que creen los poetas que a pesar de los caminos recorridos por la poesía durante el siglo veinte, se empeñan en enmelosar su lenguaje y en joderle la vida al crepúsculo. Estaba harapienta y algo avergonzada cuando me vio. Aún así se me acercó y con voz lastimera me pidió que le colaborara con algo. Yo me detuve. Me era imposible pasar de largo ante tan excepcional manifestación. Le dije que quería que se bañara y mejorara su apariencia. Me dijo que sí. Así que del dinero recién recibido por mi quincena, le compré un jean, sandalias y una blusa, fue a mi casa, se bañó y vistió su ropa nueva. Después de comer del almuerzo que compré para ambos, merodeó entre mis escritos y se percató de que en ellos no había nada que la aludiera, que mis textos para ella, eran de gran altura y sin las arandelas caducas que usaban los poetas que la habían arruinado. Después de una buena visita me dijo que se marchaba pues, según ella, yo no la necesitaba. Le pregunté a dónde iría. Con tranquilidad me dijo que a la calle. Necesitaba encontrar otros poetas que como yo, la siguieran reivindicando.
sábado, 1 de junio de 2019
Nota de 1 de junio de 2014
Creo que todo lo que uno hace durante su vida deja una huella que luego se ha de manifestar de manera simbólica en cada una de nuestras acciones y pensamientos.A veces me siento heredero de Aguila Sollitaria. Sobre todo cuando me embarga el optimismo del que ya he hablado frente a esas situaciones limites que para todo ser humano existen. Es en ese momento que nada influye tanto en mí como ese lema que tantas veces me repetí cuando enfrentaba a puños a mis compañeros del bachillerato (lo hacía con énfasis, entornando los ojos y apretando los puños "Vencer o Morir es la ley de mi raza". Mis adversarios, nada lectores, se atemorizaban tanto que no sabían como reaccionar. Era el momento definitivo, narices sangrando y uno que otro diente partido. Yo siempre pegaba en la cara y una rodilla bien entrenada iba directo a las costillas del oponente) y ha funcionado, de la misma manera golpeo con las palabras como en el caso del comentario anterior. En otras ocasiones, cuando el desespero por algo quiere embargarme, recuerdo a Kaliman diciéndole a Solín "Paciencia pequeño Solín, quien domina la mente lo domina todo". Estoy tan convencido de ello que resulta y nada en absoluto, hasta ahora, me perturba. Los demás escritores que he leído me han influenciado grandemente pero estas huellas de las que hablo son la base de mi estructura mental. Algún día me imagino disfrazado de uno de estos dos personajes para rendirles tributo mientras leo mis poemas en público.
miércoles, 29 de mayo de 2019
Nota del 29 de mayo de 2019
PARA QUE LEA Y ME INSULTE SI LE DA LA GANA
Ayer vi que varios de mis contactos publicaron una foto bastante llamativa en la que el autor del texto invita a compartir estados y pronunciamientos de lo que él llama verdaderos artistas y promotores de la cultura en lugar de seguir la tendencia que han marcado las redes y la domesticación a la que han sido sometidas las mentes de la mayoría de individuos que habitan este mundo virtual. Él, de manera rotunda, pide que se deje de lado la publicación de tanta vacuidad producida por los influencers y falsos artista. Estoy muy de acuerdo con esa petición. Y este acuerdo me llevó a preguntarme ¿por qué la gente prefiere compartir y replicar todas las publicaciones que hacen gala de la estupidez que aflora en gran parte de los cerebros humanos? Son muchas las razones. Pero hoy quiero apuntar a una que se me ocurrió esta mañana y cuya huella, creo, está en un bello ensayo de Vicente Fattone que leí hace algunos años. Esa razón es sencilla. Creo que quienes comparten ese tipo de publicaciones lo hacen porque con ello suponen que están haciendo gala de su inteligencia.
Cuando el ser humano no ha creado posibilidades de expresión auténticas no le queda sino recurrir a dejar en ridículo al otro, a minimizarlo para sentirse y mostrarse más inteligente que ese otro que con su forma de actuar se ha ridiculizado a sí mismo (porque se ha ridiculizado y para nada voy a defender el derecho a ser o a hacer el ridículo).Repito, no es esta la única razón. Pero considero que si es una de las razones más fuertes y relevantes.
Por alguna razón oculta en nuestra oscura génesis humana, a muy pocos nos interesa visibilizar a otras personas como más inteligentes que nosotros, sobre todo si estas nos son cercanas y no son promovidas por los medios de comunicación y la apestosa publicidad del mundo del consumo. Pero cuando se trata de un vecino, de un contacto o de cualquier otra persona del común que ha caído en el ridículo, hay que caerle y hacer de ese ser la comidilla, el objeto de nuestras burlas e insultos públicos en las redes. La burla escueta y el insulto corriente parecen ser las formas más fáciles de demostrar "nuestra inteligencia" cuando no hemos avanzado hacia estadíos más altos de pensamiento. Y para ejercer esta habilidad intelectual del homo sapiens virtual y virulento, aparecen en manada y a diario quienes por masoquismo o cualquier otra oculta razón de su individualidad están dispuestos a ser víctimas sociales de quienes disfrutan replicar, evidenciar y demostrar su "inteligencia" a costa de quienes hacen el ridículo.
Nota del 28 de mayo de 2019
Esta mañana en que la lluvia me mantiene encerrado en mi apartamento, leo a Saramago, su Último cuaderno, escrito en 2009. No hago sino pensar gracias a sus palabras, cuánta falta nos hace activar esa parte humana llamada coherencia de pensamiento, palabra y hecho. En estos días se me ha redespertado casi de manera obsesiva, la idea de lo incoherente que somos como sociedad. Es aberrante el bajo, casi nulo, nivel de integridad e integralidad que uno descubre en las personas si se dedica a observarlas bien. Profesores, abogados, administradores, profesionales de todo tipo y gente "del común" ajustándose al fallido precepto de "lo digo pero hago otra cosa", del "eso no importa ¿para qué creyó lo que dije?" con tan arraigado cinismo que me dan ganas de pedirle a la naturaleza que diluvie por cuarenta días y sus noches (eso que no soy creyente) para que sepulte a tanto nefilin que habita y transcurre por estas calles. La lluvia ha cesado y mi trabajo me espera. Me calzo un buzo gris y me digo "sal, es preciso cumplir con tu rol y tu palabra a cabalidad. Allá ellos, los incoherentes". Gracias Saramago, por hacerme sentir a través de tus palabras que no estoy solo en medio de esta "caterva de vencejos" que parece haber renunciado a su capacidad para pensar, lo más humano que existe.
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