martes, 17 de noviembre de 2020

Comentario crítico de Rafael Chico sobre el poema "Prohibido dudar"

Este es el análisis que el lingüista y semiólogo cartagenero Rafael Chico redactó acerca del poema "Prohibido dudar" de la autoría del escritor Jesús David Buelvas Pedroza.  

Vas por buen camino Jesús. Construyes un interesante poema cuya unificación se encuentra a cargo de la enunciación de un sujeto lírico, cuyo punto de vista crea una limpia y eficiente función semiótica o articulación entre el plano de la expresión (forma o composición) y el del contenido (sentido). Gracias a ello, el punto de vista del sujeto lírico nos explica el mundo contemporáneo con una visión casi omnisciente y comprensiva --en el sentido filosófico de abarcadora-- que hace mímesis muy precisa de los modos de describir mediatizados del mundo contemporáneo o filtrado por la enunciación caótica de los medios actuales de comunicación; sobre todo periodísticos. Este sujeto lírico sabe también desembragar o distanciarse de la óptica mediatizada para evaluar o juzgar críticamente con una mira intensa y preocupada al tiempo que capta y comprende racionalmente el espectáculo caótico del mundo puesto en discurso mediatizado para confrontarlo con una realidad que siempre está fuera de los bordes de una enunciación intencionalmente fraccionada, cercenada en nombre de las luchas de campo por el raiting. Todo esto se logra gracias a un plano de la expresión poética que doma lo caótico en una estructura sólida que convierte en imágenes poéticas claras como cristales de sentido altamente comunicativos que se yuxtaponen una a la otra en una cadena enumerativa a modo de lista unificada fuertemente por una isotopía, que es explicitada en el verso final de remate. Tal unificación viene dada también por una musicalidad fundamentada básicamente en el ritmo acentual y el uso estratégico de encabalgamientos. Esta musicalidad --propiedad poética que me parece no es respetada lo suficiente en la poesía contemporánea que he leído-- permite distinguir los énfasis términos claves que componen la isotopía.

Si hay un dejo, en el plano de la expresión, en la estructura de lista o enumeración que me recuerda el modo de describir de algunos versos de canciones de Sabinas. Repito, esto en algunos aspectos del plano de la expresión, no del contenido.

Aquí el poema al cual se refiere el autor del comentario anterior. 


Prohibido dudar

 

Debe creer a pie juntillas.

El comercio repunta:

a pique la tienda del vecindario

inaugurados los almacenes

las tiendas de cadena

los centros comerciales.

La educación presupuestada:

los estudiantes marchan

los profesores paran    

la ortografía y la ciencia

en sus pancartas.

La salud reinyectada:

los enfermos

de las ambulancias

a los coches funerarios

las filas extensas

frente a clínicas y hospitales.

La seguridad en auge:

los campesinos temen al día

a la noche  

a la madrugada

los psicólogos no dan abasto

el valprosín y el litio

agotados en las farmacias.

El tráfico mejora:

insultos entre pasajeros

peleas entre choferes

el caos vehicular

sorteado por mototaxis.

La contaminación baja:

la polución y la basura

partes del decorado

el marrón del cielo

efectos especiales.

La naturaleza preservada:

la estética de la caza

el tráfico de la fauna   

el colapso de la mina

la tala de los bosques

integrados al paisaje.  

La gente más tolerante:

los policías pandilleros

las pandillas policiales

los violadores linchados

las motos de atracadores  

convertidas en fogatas.

La publicidad y la política

más humanizadas:

los eufemismos alivian

las noticias ocultan

el televidente tranquilo

con la economía

y las estadísticas maquilladas.

Los intereses de la clientela

protegidos por la banca:

el rendimiento de cuentas

la pulcritud de los extractos.

La receta del entretenimiento:

actores, modelos

presentadores

deportistas y cantantes

su intimidad

notas de farándula.

Más allá de los medios, la vida sobra.

Si se arriesga, verá cómo arreglárselas.  


sábado, 6 de junio de 2020

Nuestra anhelada “normalidad”



En Fundación de Isaac Asimov, Hary Seldon afirma que para cambiar la tendencia psicohistórica del mundo es preciso una gran inercia que detenga la tendencia en que se está viviendo. En este momento, en este mundo que al parecer no es el de la ciencia ficción, la pandemia del covid-19 podría representar esa inercia. A causa de dicha enfermedad se han paralizado muchos de los aspectos y dinámicas de la vida tal como la conocemos, es decir, tal como ha sido direccionada por las élites del mundo capitalista y de consumo. Para alguien que tenga un mínimo de raciocinio y pensamiento crítico, no es ajeno que en las últimas décadas (cuatro o cinco) hemos estado a merced de la voluntad de los gremios y las corporaciones que respaldan las plutocracias que nos gobiernan. Gracias a la publicidad y a los medios masivos de comunicación, los tentáculos principales de este poder tras bambalinas, nos ha sido inoculado el mayor nivel de estupidez y alienación del que tal vez haya sido víctima la humanidad a lo largo de su historia. Ni siquiera el pretexto de la religión fue tan eficaz durante la Edad Media como sí lo han sido la sirena del consumo y los medios para hacernos creer que hoy día no se puede vivir de una manera diferente a como las leyes del mercado lo dictan. Nos encontramos en un mundo configurado para la ostentación por parte de unos cuantos y para el constante anhelar de los muchos que viven en la incertidumbre generada por la amenaza latente de la pobreza y la miseria. Mientras las pantallas normalizan la idea de que nuestros ídolos de barro tienen todos los derechos del mundo, pues ellos “se la han luchado duro” nosotros, la masa, debemos contentarnos con mirarlos, aplaudirlos y servir como esclavos para que sus privilegios y sus mezquinos deseos se sigan cumpliendo. A cambio, debemos recibir, con mucho regocijo o con mucha resignación (dependiendo de la vía y el nivel de alienación), las migajas que se nos suministran cuando acudimos a los simulacros de la virtualidad, a nuestros gloriosos vitrineos por los centros comerciales, o cuando eufóricos, asistimos a los rituales de la gran religión del espectáculo.
Al inicio de la alarma pandémica, cuando el coronavirus ya había viajado por el mundo y cuando, gracias a la “imposibilidad” de cerrar las fronteras y los aeropuertos, este ya se había instalado en las principales ciudades de cada continente, los más optimistas, entre ellos yo, pensábamos que las sacudidas generadas por la enfermedad a nivel económico, político y de salubridad serían suficientes para propiciar un cambio de mentalidad en la gente. Pasado unos meses me aventuro a decir que el asunto no es como nos lo habíamos imaginado. Parece ser que la amenaza del contagio masivo no resulta suficiente para que la gran mayoría de los seres humanos asuma que es preciso cambiar de estilo de vida y así poder pensar en la conservación de nuestra especie sobre la faz del planeta. A veces pienso, que a mucha gente la ha excitado la idea de sentirse en una situación extrema; como si una descarga de adrenalina se hubiera disparado a nivel colectivo y nadie experimentara el más mínimo miedo de sentirse expuesto. Al inicio de la aparición del covid-19, gran parte de la gente, a pesar de las dificultades económicas y sociales que se sabía había que enfrentar, se notaba dispuesta a acatar las indicaciones dadas por algunos gobiernos para evitar al máximo la propagación del contagio. Eso auguraba la posibilidad de que la curva pandémica se aplanara y el asunto no nos tocara tan fuerte. Pero han pasado los días y con ello una especie de euforia suicida se ha apoderado de la gente. Una euforia que se traduce en el desborde de millares de personas en muchas partes del mundo deseando volver a las costumbres de siempre, a la “normalidad” tan nombrada a cada rato por comunicadores y gobernantes. La gente insiste en salir a la calle incum-pliendo las directrices dadas para la cuarentena sin siquiera importarle las multas que se acumulan como deudas que nunca serán pagadas; sin siquiera haber pensado una excusa creíble para esgrimir en el momento de ser  abordados por los periodistas o las autoridades; en grupo, salen a mercar para terminar armando las trifulcas de siempre; de manera furtiva asisten a marchas y cacerolazos convocados para protestar por diversos e insólitos motivos, a funerales masivos, a paseos, a fiestas clandestinas en casas, fincas o barcos que son alquilados o prestados para ello. Los empresarios por un lado presionan para que sean reactivados los diversos campos de la economía que van desde los considerados esenciales hasta los espectáculos musicales y deportivos. Por el otro; trabajadores, hinchas y fans los apoyan ansiosos de que se reactive su “circo”. Tanto a gente del común como a personajes de la farándula como a gobernantes se les ha visto y grabado en diversas situaciones, infringiendo las reglas que ellos mismos habían propuesto. Ante esta actitud que día con día es más reiterativa y desafiante con la vida misma, cabe preguntarse por las causas de fondo de tal comportamiento. ¿Cómo nos explicamos esto? ¿Por qué oculta razón la gente se muestra tan reacia a comprender que la circunstancia esencial es hacer todo lo posible para mantenernos a salvo, para darnos la posibilidad de seguir viviendo y poder disfrutar de la vida más adelante, con un poco más de seguridad y con más tiempo? ¿Acaso han sido tan efectivos los mecanismos y procesos ejecutados por el capitalismo y la sociedad de consumo que nuestra alienación nos ha convertido en seres tan insensatos empecinados únicamente en vivir el momento?
Como pasa con toda pregunta, para estas tampoco existen respuestas definitivas. Por ello, me aventuraré como ser humano, con todos mis sesgos y limitaciones, a intentar mis muy personales respuestas. Algunas teorías conspirativas hablan de una posible vacuna que desembocaría en la instalación de un chip en cada individuo de la población mundial con el fin de vigilar y controlar a cada sujeto. A pesar de los altos niveles de paranoia que en ocasiones manejo, esta idea me resulta hilarante. Creer esto es pensar que no estamos vigilados, que no somos un rebaño cuya autonomía ha sido anulada y cuyo pensamiento es direccionado para que respondamos a los estímulos de la sociedad de consumo en la que estamos inmersos. Habría que leer bien a Foucault para comprender cómo desde mucho antes de la mitad del siglo XX se había configurado una sociedad disciplinada basada en la vigilancia y el castigo. Las corporaciones no necesitan hacer algo que ya está hecho. Y evidencia de ello es la manera en que hemos respondido a la situación inédita en que nos encontramos, situación que amerita autocontrol por parte de cada uno de nosotros para no desembocar en los traumas psicológicos que al pasar de una supuesta libertad a una situación de encierro se generan. Desde esta perspectiva es preciso pensar en la manera en que para que no nos subordinemos y cumplamos a la vez el papel de consumidores al que se nos ha destinado (sostengo que la insubordinación de la sociedad civil en estos días es mera apariencia), las corporaciones han hecho un trabajo de convencimiento excelente por medio de las herramientas que muy cuidadosamente han diseñado gracias a la técnica, a la tecnología y a la ciencia. Somos el producto de un experimento socioeconómico y psicológico en el que se nos ha programado para obedecer creyendo muchas veces que desobedecemos o simplemente para seguir las reglas dictadas por el sistema sin que nos demos cuenta. Y lo peor es que tal obediencia ciega es la que en este momento nos está empujando hacia el precipicio al que tal vez los dueños del mundo, a los que nada importamos, nos están mandando sin que opongamos la más mínima resistencia. Nos programaron para el consumo, para el espectáculo, para trabajar de manera mecánica convencidos de una idea de productividad que solo es rentable para los dueños de las empresas. Esa programación, a mi modo de ver es la que explica en gran parte lo que en este punto de la pandemia está ocurriendo. El mundo productivista se mueve sobre la máxima “la economía no se puede parar”. Y somos nosotros quienes alimentamos la incesante máquina de ese mundo imparable; somos nosotros quienes cumplimos el doble papel de trabajadores y consumidores; los engranajes inicial y final del productivismo de la sociedad mercantilizada, y como todo engranaje, reemplazable cuando deje de funcionar. No son los dueños de las empresas los que quieren salir a la calle. Ellos se quedarán tranquilos en sus penthouse, en sus chalets, en sus casas de campo, mientras sus trabajadores y administradores (los engranajes) regresamos a la calle para desafiar de manera voluntaria la enfermedad y engordar las utilidades de sus cuentas.  
Este mundo pandémico está profundamente sometido desde hace décadas por las ideas productivista y consumista. Los medios de comunicación y la publicidad han adiestrado a cabalidad este rebaño. Hemos sido amaestrados tan efectivamente que, en este momento, hordas de hombres, mujeres y niños desean de manera ferviente la suspensión o la flexibilización de las medidas de confinamiento para volver a la “normalidad” del consumo y el espectáculo como si se regresara a una gran fiesta. En algunas partes del mundo, tal deseo de la población ya se está convirtiendo en exigencia y muchos dirigentes, que seguro se lavarán las manos ante la historia, usarán este deseo y estas presiones del pueblo para pagarle a los dueños de las corporaciones el favor de haberlos puesto en sus escaños políticos. Visto así, los medios jugarán su papel con mayor facilidad, mostrando cómo los ciudadanos del mundo, los engranajes desechables del sistema, están pidiendo por ellos mismos ser enviados al matadero. Todo está funcionando al dedillo para quienes, aunque tal vez no lo planearon, buscarán sacarle provecho a esta situación por ser los dueños no solo los poderes económico y político sino también de la voluntad de la gente. El nivel de enajenación al que nos sometieron usando los mecanismos del consumo promovidos por el neoliberalismo es tal vez la razón más fuerte de nuestra muy cercana perdición. Es tal el grado de obnubilación de nuestra sociedad que, a pesar de que de forma demagógica algunos líderes anuncian la necesidad de empezar a vivir de otra manera, la gran mayoría no entiende eso y reclama una vuelta rápida a la tan anhelada “normalidad”. Los medios, la publicidad y sus agentes están jugando su papel, impidiendo la caída del discurso de las compras, de la farándula y el espectáculo deportivo. No se juega futbol, pero hay transmisión de partidos ya jugados, no hay conciertos en los escenarios, pero los cantantes y sus managers no dejan de anunciar videoclips y canciones de estreno, los anuncios impiden pensar a la gente, evitando que las personas hagan ejercicios de introspección para buscarse a sí mismos, o al menos piensen en visitar el campo para reconectarse con la naturaleza. Juegan su papel de siempre, manteniendo viva la ansiedad del consumo y los viciados deseos que al capitalismo le sirven. Con un buen discurso demagógico, hablan de un cambio de vida para superar la pandemia, pero azotan el subconsciente del ser humano con la publicidad de productos en rebaja y las diversas formas de adquirirlos para mantener vivo el comercio. Frente a este poderoso artilugio con el que nos han disparado desde hace años, no existe una posibilidad de reacción eficaz y rápida por parte del individuo alelado y sin capacidad crítica. Estamos a merced de lo que los dueños de este monstruoso mecanismo quieran hacer con nosotros, y lo que a ellos solo les interesa (de eso podemos estar seguros) es que sigamos siendo las piezas sacrificables de este sistema.     
Me pregunto ¿Dónde parará todo esto? Creo; en la verdadera gran inercia, según lo planteado por Hary Seldon, pero ya no para un mundo de ciencia ficción sino para este en que vivimos y que parece, aunque de pesadilla, ser el real. No me interesa posar de profeta nihilista ni de futurólogo apocalíptico; pero lo que analizo a partir de la actitud de la gente en este contexto de pandemia no me deja pensar sino en la hecatombe que muchos conspirólogos auguran cuando afirman que este virus ha sido creado para acabar con más de la mitad de la población mundial. Al parecer, la amenaza no basta para que una masa alienada realice la catarsis que genere el cambio como solía ocurrir con los espectadores de la antigua tragedia griega. El nivel de sadomasoquismo al que hemos sido llevados en la actualidad es tal, que, al parecer, necesitaremos experimentar el sacrificio en carne propia (ver sangre) para podernos concienciar. En realidad, muy en contra de lo que dicen los gobiernos y sus dueños, quienes han acallado las voces de algunos científicos que han querido actuar con honestidad, pienso que todavía el mundo no está preparado para retomar sus dinámicas de por si lesivas, pues el virus, con el que ya nos advirtieron que tendríamos que convivir, está latente, vivito y coronando. Un porcentaje muy mínimo de la gente en el mundo es disciplinado y sabe seguir reglas de manera puntual y sostenida. Entre ellos estará gran parte de quienes se salven. El resto, millonadas, es propenso a eso que ahora llaman indisciplina social, cuyas causas principales radican tanto en la falta de formación como en la carencia de recursos económicos llamada coloquialmente necesidad. Dos factores que tienen severas consecuencias en la conducta de la gente que ante lo que le parece absurdo, reacciona con la violencia más primaria que el ser humano pueda expresar y que se traduce, casi siempre, en el desconocimiento de cualquier autoridad. Esta indisciplina social, innegablemente, contribuirá para que se dé esa gran fatalidad que, de manera paradójica, podría conducirnos desde el más profundo fondo de la crisis por ella ocasionada, hasta la toma de consciencia necesaria para que quienes sobrevivan se propongan asumir la existencia de otra manera, buscando, quizá, como estirpe condenada, tener sobre la faz de la Tierra una segunda oportunidad.    

Jesús David Buelvas Pedroza


sábado, 11 de abril de 2020

Optimismo en tiempos de pandemia

A lo largo de su existencia, la humanidad ha tenido tres grandes enemigos creados por ella misma debido al poco dominio que ha tenido de sus incontrolables ganas de poder, de su arraigado egoísmo y al alto nivel de autodestrucción que ser humanos parece que conlleva. Esos tres grandes enemigos son la guerra, el hambre y la peste. Tres opositores poderosos comentados, analizados y denunciados por filósofos, escritores e intelectuales de todas las épocas. Ya han estado presentes en diferentes momentos de nuestra historia con un factor en común; demostrar que el poder del que hace gala la humanidad nunca ha sido suficiente para superar la devastación de estos tres enemigos que parecen estar allí para controlarla, cuidándola de ella misma y reencaminándola hacia los derroteros que más le convienen en su carácter integrado con la naturaleza.

Estos tres enemigos han aparecido como facticidades en contubernio para azotar a la población mundial que ha podido llegar y recorrer lo que va de este siglo XXI. Que hubiese guerras en diferentes partes del mundo era para quienes habitaban en los lugares en donde no las había, una noticia lejana que generaba un poco de dolor traducido en los rabiosos comentarios de Facebook. Que hubiese hambre en otras partes del mundo diferentes a las que habitábamos (el hambre estaba incluso en el otro barrio de la ciudad, pero no te pertenecía porque no tocaba tu puerta) estaba tan normalizado que salíamos a llevarles mercaditos a esas personas hambrientas para tomarnos fotos con ellas y así al publicarlas aparecer como los grandes filántropos que, al saciar el hambre de otros por una tarde, alimentan su ego y calman su conciencia. Pero la peste a nivel de Pandemia es otra cosa. Cuando un virus se extiende por el mundo conocido, cuando rebasa las fronteras, cuando se convierte en la noticia que habla de un enemigo próximo y que de manera paranoica se siente en el aire que respiras, haciéndote sentir totalmente inseguro ante él, la perspectiva, la visión de mundo de cada persona con cierto nivel de consciencia, cambia. Y esto es lo que nos está pasando en este momento. La peste, esa que era una fábula atractiva de una parte de la historia de la Edad Media, esa a la que nos remitían como ficción entretenida algunas obras literarias y el sensacionalismo del cine holliwoodiano, se hizo patente y está junto a sus dos aliados tocando en nuestra puerta.

Pero, a pesar del tenebroso cuadro antes descrito, no todo tiene que ser visto desde la mirada apocalíptica de los cristianos alarmistas y dogmáticos. Esos cuatro jinetes del apocalipsis no llegarán por estos tiempos. Estoy seguro de que la humanidad, la gran parte de ella que no será diezmada por la pandemia, tendrá una oportunidad para seguir haciendo lo correspondiente sobre la faz de la Tierra. Ya Wuhan se está reactivando y seguro el gobierno chino tiene métodos efectivos para que su población no recaiga en manos del mortal virus que en esa ciudad vio su nacimiento. Esa gran parte de la humanidad sobreviviente que quedará atemorizada por un tiempo pero que luego tendrá que retomar su derrotero vital y que, siendo románticos, tal vez agudice la mirada para revisar, tendrá que aprovechar esta oportunidad para recomponer su camino a partir de la corrección que ameritan todas las debilidades que la actual sociedad humana tiene y que, sin duda alguna, han quedado en evidencia, gracias a la pandemia. Son tantas las debilidades que seguro darán para muchos tratados filosóficos, médicos y económicos de escritores que se interesen a posteriori en tratar el tema. Yo solo pasaré revista a vuelo de pájaro sobre las que hasta ahora he inventariado como azotes de la región del mundo en que vivo y que por ello me resultan más cercanas.

En primer lugar, es evidente que esta parte del mundo llamada Latinoamérica tendrá que ser más cuidadosa al elegir sus próximos líderes y gobernantes. A la ineptitud que han demostrado para reaccionar en pro de la protección de sus pueblos, se le suma el hecho de que los gobernantes de hoy no han controlado el accionar de los corruptos que aprovechan para seguir pescando presupuestos en rio revuelto. Queda claro que el corrupto es indolente y que seguirá siendo el mismo aun en tiempos de tragedia. Si los mandatarios no son hábiles, dejarán la puerta abierta para que los mandos medios y contratistas se rifen los dineros destinados al socorro de los más necesitados en estos pueblos macondianos en los que todavía la gente se confía al mesianismo propio de los pueblos colonizados bajo la egida del dios cristiano representada por esa cruz de una iglesia católica que no deja el oportunismo haciéndose cada vez más mediática e intentando recuperar así su injerencia politiquera.  

En segundo lugar, es una verdad a gritos que se precisa crear economías más fuertes en esta región del mundo. Economías orientadas a aprovechar los recursos diversos e importantes que se siguen desperdiciando en estas tierras por incapacidad para decirle a los que se creen dueños del mundo que ya estuvo bueno de considerarnos su patio y su despensa. Una economía basada en los TLC en desigualdad de condiciones y en el extractivismo de las reservas petroleras no será la que dé una opción de futuro real y seguro para los habitantes de Latinoamérica. La debilidad de las economías actuales es en gran parte la responsable de que las estrategias de control planteadas para la lucha en contra del virus tiendan a fracasar, pues por más inteligentes que parezcan, su efecto se ve reducido a causa de las necesidades generadas por la pobreza de una gran parte de la población que por no tener un empleo digno y bien remunerado se ve obligada a salir a rebuscarse para saciar su hambre mientras llegan las ayudas que le son destinadas por la caridad de los poderosos empresarios, de los gobiernos y de las estrellas de la farándula que ahora devuelven una mínima parte de lo que han obtenido de la gente a través de las estrategias del consumo y del capitalismo desmesurado no como derechos del pueblo, sino como actos de falsa filantropía disfrazada de donaciones y obras de beneficencia. 

En tercer lugar, urge la reestructuración de los sistemas de salud de estos pueblos olvidados por Hipócrates y nada beneficiado por los poderes de Asclepio. Un sistema de salud que le da prioridad a la privatización de los recursos y los servicios médicos, como el buen neoliberalismo manda, siempre será insuficiente para combatir con efectividad la enfermedad y más aún si esta se presenta a manera de pandemia. Es evidente el fracaso de un sistema en el que imperan el egoísmo y la corrupción de las EPS, la existencia de clínicas privadas de garaje que no valoran a su personal médico y la endeble estructura de un sistema de salud público que vive de las limosnas en lugar de contar con un robusto presupuesto. Es claro que un sistema de salud así no va a contar con personal capacitado y en condiciones dignas; con una óptima dotación para no solo enfrentar al virus mortal sino para cuidar mínimamente ese valioso personal médico.  

En medio de este panorama sombrío siempre queda una luz de esperanza, una razón para el optimismo. Así como después de la peste bubónica en la Edad Media apareció el Renacimiento, no existen razones para pensar que después del nuevo coronavirus en este mundo chambón y farandulero no vaya a pasar algo parecido. Yo quiero soñar un poco y creer que la humanidad no está tan ciega como para desperdiciar la oportunidad que la naturaleza y la vida le están mostrando desde ya. El coronavirus echó a un lado tantos temas cruciales que nos ocupaban. Uno de ellos, el cambio climático. En relación con ello toca asumir que la naturaleza nos está enviando señales que todavía no estamos leyendo de la forma en que deberíamos hacerlo. El renacer de los paisajes y la proximidad de los animales a los territorios de los que habían sido desplazados por el hombre van más allá del simple espectáculo apreciado por nuestra mirada acostumbrada al show y la farándula. La naturaleza de la que hacemos parte y a la que se nos olvidó respetar, está hablando en muy buenos términos; nos invita a hacer un pare en esta carrera monstruosa en pos del dinero y al servicio irracional de la competitividad y el rendimiento; nos llama a recomponer nuestro camino, teniendo en cuenta que somos parte integral de ella y no sus dueños. Ella puede y quiere darnos pistas para nuestra supervivencia en mejores condiciones. Está de parte nuestra escucharla. Es bien cierto que no podemos ni debemos desechar los adelantos que hemos obtenido en todos los campos hasta el momento. Pero es hora de hacer a un lado los cientificismos y las tendencias tecnocráticas que además de aislarnos y alienarnos, han adormecido en nosotros la sensibilidad y el humanismo que nos ayudarían a comprender mejor lo que nos pasa y lo que somos como seres capaces de practicar la otredad para con el mundo, para con el otro y para con uno mismo como la mejor forma de respeto.   
                                                           
                                                               Jesús David Buelvas Pedroza 

                                                                                                




sábado, 29 de febrero de 2020

Preguntas

Si según la teoría del Big Bang, el universo está en constante expansiòn ¿por qué Turbaco sigue en el mismo sitio?
Aunque no lo crea, esta es una pregunta cuya respuesta puede tener serias implicaciones científicas, filosóficas y religiosas. La misma pregunta y su posible respuesta se encuentran en el campo de la física aplicada al estudio del espacio y el universo hecho por la astronomía. Para una posible respuesta filósofica podríamos recurrir al análisis de los principios de Heráclito y Parménides aplicados al universo y a Turbaco respectivamente. Y desde el campo de lo religioso podríamos decir que la fe de los habitantes de Turbaco no ha sido suficiente como para mover la montaña en que la ciudad se encuentra.
Ya veremos que pasa mientras el universo se sigue expandiendo y nosotros seguimos anquilosados en el mismo punto de la historia y nuestras fallas políticas. Eso sí, no venga con el cuento que esto es pura carreta o una mamadera de gallo boba. Ponga en función su capacidad lógica y comente una respuesta.