Todavía
existimos idealistas, enfermos de optimismo que creemos que los conocimientos
humanísticos y las carreras de esta línea tienen sentido y valen la pena ser
estudiadas. Algún profesor de filosofía, en mi adolescencia, me dijo algo que
nunca se me ha olvidado; dijo algo como que la filosofía y la literatura
aportan al mundo la posibilidad de dimensionar al hombre, de rescatarlo desde
el más fondo abismo en que está siendo sumido por el entorno de consumismo y
confort en que le toca vivir. Yo le creí y le sigo creyendo, sobre todo cuando
le hablo a mis estudiantes desde cualquiera de las dos áreas y veo como se les
iluminan los ojos ante la posibilidad de ver el mundo de manera diferente. El
problema no está en que la filosofía y la literatura no tengan una
aplicabilidad en el mundo de hoy. Creo, es mi parecer y como todo parecer
discutible, está en parte en la actitud de quienes las estudian y quienes las
enseñan. Estos, muchas veces no saben cómo hacer que dichos conocimientos adquieran
sentido en la vida de ellos ni en la de los estudiantes. En medio de esa crisis
de optimismo en la que vivo, sueño con un mundo en el que cada profesional sea
capaz de ver que todo lo que se hace desde cualquier carrera se hace por y para
los seres humanos. Y, a mi modo de ver, esta posibilidad de lo humano solo se
puede percibir y afianzar a través de estos conocimientos aparentemente, solo
aparentemente, nada prácticos.
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