El
teléfono suena. Una mujer pregunta por un nombre que no es el mío. Le digo que
se equivoca, que no soy por quien está preguntando. Ella insiste en que este es
el número al que tenía que llamar; en que yo soy la persona que busca. Aburrido,
le digo que sí; que en esta noche de fastidio y soledad, puedo ser yo o
cualquier otra persona que ella desee. La mujer afirma que por fin
descansará. Dice que me ha encontrado para que todo termine como ella lo había
pensado. Su voz desaparece. Al otro lado del teléfono suena un disparo.
Jesús David Buelvas Pedroza
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