Acabo de ver un vídeo en el Canal Cartagena en el cual se
enumeran 15 curiosidades sobre la "india" Catalina. Lo particular es
que en dicho vídeo se sigue promoviendo la imagen de este personaje como algo
positivo; se reitera con esto la idea de que su actuación fue decisiva e
importante para el proceso de conquista que desde el historicismo oficialistas
equiparan a la llegada a estas tierras de la “civilización”. El hecho ya está y
no se puede cambiar. Pero, como siempre lo recalco, es preciso hacer una
lectura diferente del mismo. Solo reinterpretando la historia desde los
diferentes enfoques que deben hacerse para bien de los pueblos que la viven,
podremos tener un mayor nivel de comprensión de los hechos, así como una
lectura más completa y conveniente de los símbolos con que dicha historia se
representan. Creo que en ese vídeo no hubiera estado de más una curiosidad 16
en la que se comentara que Catalina, nuestra "india" puede ser
comparada con La Malinche mexicana, solo por nombrar uno de los tantos personajes
que seguramente sirvieron de traductores a los conquistadores y clérigos que
nos trajeron e impusieron la lengua, sus costumbres y la religión a punta de
espada y cruz. El papel de estos personajes aborígenes, es asimilable al del traidor
que por beneficio propio no solo sacrifica su identidad individual, sino que de
manera servil se instrumentaliza para el sometimiento de su propio pueblo. En
este caso, Catalina, Malinche y todos esos otros personajes que afortunadamente
quedaron enterrados en el anonimato deben ser vistos como los antípodas de Hatuey.
La invitación en relación con la “india” Catalina es clara.
Esa imagen que está en Puerto Duro y que convenientemente se usa como
representación principal de nuestro elitista festival de cine puede ser tan
falsa como la historia que sobre su protagonista nos han hecho aprender. Los
mexicanos ven en Malinche la traición hasta tal punto que la usan como insulto
por medio de una frase que, aunque no soy mexicano, disfruto mucho porque me es
de una bellísima sonoridad. Esa frase es “hijo de la chingada” en la que el
vocablo “chingada” equivaldría a términos como torcida, traidora o puta en nuestro
bello empleo caribeño del castellano o como algunos todavía le dicen “idioma
español”. Para nada estoy invitando a que esta estatua entre en la lista de las
que en Cartagena deben caer junto con la de Pedro de Heredia, pero si la
quitaran o al menos aclararan la historia del personaje, nos harían un gran
favor.
La imagen de Catalina, la aborigen, no la “india”, debe ser redefinida
para el pueblo raizal cartagenero por medio de una cátedra histórica de lo
propio; cátedra que tanta falta hace en los colegios de esta ciudad. En esa cátedra
debería documentarse a los estudiantes sobre lo que fue este personaje e
invitarlos a que ellos mismos lleguen a su conclusión. Estoy más que seguro que
en ese acto de pensamiento bien direccionado desde la libertad para la crítica
que debería existir en nuestra academia, muchos de nuestros ciudadanos se
percatarían de que la Catalina que muchos idolatran no pasa de ser una personificación
más de la traición, del servilismo al que se sometieron muchos aborígenes por
ver o haber sido convencidos de que los españoles pertenecían a una raza superior.
Dicho servilismo es una tara arraigada en nuestra memoria colectiva que
claramente beneficia el pensamiento colonialista con el cual seguimos eligiendo
hoy día a nuestros representantes en el gobierno y con el cual justificamos en
gran parte la inequidad social rampante en los sectores excluidos de esta
ciudad. Es ese servilismo traidor de la aborigen Catalina el que percibimos aun
hoy día en muchos de nuestros raizales tanto mestizos como negros como aborígenes
que, desde algunos puestos públicos, que desde las juntas de acción comunal o
desde los liderazgos y asociaciones barriales se comportan como bravucones blanqueados
con los suyos, con los del barrio, pero agachan la cabeza de manera lambona y
humillante cada vez que aparece el doctor.
Jesús David Buelvas Pedroza
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