martes, 20 de agosto de 2019

En proceso

Ya hizo todo lo que un tipo de 46 necesitaría para vivir tranquilo el resto de su vida si no tuviera que responderle a una sociedad capitalista y tan mezquinamente organizada. Ha sido un fin de semana de perla. Festivo incluido. Sin mayores exigencias que quedarse en casa, durmiendo hasta tarde, leyendo todo lo que ha querido, recibiendo la visita de una buena amiga que ha querido cocinar la comida que él más disfruta (cocinar es una de las pocas cosas que no ha aprendido), escuchando mucha de su música preferida. Se siente tan acostumbrado y cómodo con esto que desea fuertemente que hubiera martes, miércoles... una seguidilla de semanas festivas infinitas. Pero llega la sensatez y le dice que la vida no funciona así. Que mañana tiene que ir a trabajar y que así tal vez sea hasta los 62 si el gobierno de su país y los banqueros que lo manejan, a esa edad quieren darle una pensión. Piensa que es mucho tiempo, pero que le va a hacer; no se ganará la lotería, no cree en eso y por ello no la compra, su único proyecto empresarial está destinado al fracaso porque no se ajusta a las modas mercantiles del momento; publica libros en lugar de cantar champeta o reguetón. En fin, un inventario desastroso pero cuyo efecto ensombrecedor decide amainar saliendo a caminar un rato. Ya casi listo recuerda que afuera está la gente con sus sórdidas manías de siempre. Deja la idea de lado, toma un libro de nuevo y se dispone a seguir leyendo. Que sea lo que sea -se dice-. Es lunes festivo y confía en que antes de que el martes llegue a rutinizarlo todo, la Tierra comience a ser invadida por extraterrestres.

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