El corazón del
hombre insiste en transformar sin transformarse a sí mismo.
Es diciembre.
Las calles están
llenas de gritos y brisas que nos enfrían
que nos trasladan
hacia otra parte.
Los motores de los
carros subvierten el deseo.
La gelatina del
cerebro impide pensar.
Sólo es evocación
de árbol y raíces.
El disparo verde
de la casa de enfrente es real.
Tan real como los
árboles de mango y su follaje.
Huele a mango.
Un olor que
proviene de una memoria casi extinta
al lado del fogón
escuchando las
voces del abuelo.
Sangra la risa y
las estillas crepitan.
Carbón para
calentar el viento.
Un canto azul arde
en las lenguas del fuego.
Yo aquí. Sitiado
entre dos tiempos.
Nubes de polvo
vienen desde las construcciones cercanas.
El corazón del
hombre se empecina en transformar
en llamar a este
diciembre “tiempo nuevo”.
Tal vez sea así y
no me doy cuenta.
Dispara el verde y
ciega.
(Salgo) Este
diciembre que eructa
que muestra sus
fauces custodiadas por niños
con acentuadas
caras de inocencia.
El golpe de su
bastón contra el piso del espíritu.
La firmeza de las
pisadas con que machaca nuestras cabezas.
La puerta abierta
o cerrada.
Da lo mismo frente
a los gritos que sacuden desde la calle.
La puerta abierta
o cerrada.
Da lo mismo frente
a este diciembre que tonsura nuestro ánimo
que nos llena de
serrín y nos oxida.
Nombro el vuelo de
las cosas
su ambiguo trazo
frente al tiempo que nos envejece y nos entierra.
Tres mujeres
pasean en bicicleta.
Sus piernas
pedalean uniformes.
Respiro ante tanta
sincronía.
Miro hacia otra
parte.
Las bolsas de
basura que el camión recolector aún no se lleva.
Es media mañana.
Un tiempo y una
desidia innombrables abarcan esta calle.
Las gentes
publican sus caras de aburrimiento.
Unos chicos
intentan rescatar su balón del techo de la casa vecina.
Sus ganas de jugar
suplidas por un reto para el ingenio.
Lo demás es la
calle extendiéndose en la mirada soñolienta de los transeúntes
las personas que
charlan frente a la ventana por donde me asomo al mundo.
Ese mundo de casas
verdes, azules o naranja.
Ese mundo de
motocicletas y carros hiriéndonos con el ruido de sus motores.
Ese mundo de
parques y bardas extendidas
frente a casas
donde se ha hecho el amor y también se ha asesinado.
Ese mundo movido
por la brisa de este diciembre que atenaza y enfría el alma.
Jesús David Buelvas Pedroza
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