jueves, 1 de agosto de 2019

Poema de diciembre



El corazón del hombre insiste en transformar sin transformarse a sí mismo.
Es diciembre.
Las calles están llenas de gritos y brisas que nos enfrían
que nos trasladan hacia otra parte.

Los motores de los carros subvierten el deseo.
La gelatina del cerebro impide pensar.
Sólo es evocación de árbol y raíces.

El disparo verde de la casa de enfrente es real.
Tan real como los árboles de mango y su follaje.
Huele a mango.
Un olor que proviene de una memoria casi extinta
al lado del fogón
escuchando las voces del abuelo.

Sangra la risa y las estillas crepitan.
Carbón para calentar el viento.
Un canto azul arde en las lenguas del fuego.
Yo aquí. Sitiado entre dos tiempos.

Nubes de polvo vienen desde las construcciones cercanas.
El corazón del hombre se empecina en transformar
en llamar a este diciembre “tiempo nuevo”.
Tal vez sea así y no me doy cuenta.

Dispara el verde y ciega.

(Salgo) Este diciembre que eructa
que muestra sus fauces custodiadas por niños
con acentuadas caras de inocencia.
El golpe de su bastón contra el piso del espíritu.
La firmeza de las pisadas con que machaca nuestras cabezas.

La puerta abierta o cerrada.
Da lo mismo frente a los gritos que sacuden desde la calle.
La puerta abierta o cerrada.
Da lo mismo frente a este diciembre que tonsura nuestro ánimo
que nos llena de serrín y nos oxida.

Nombro el vuelo de las cosas
su ambiguo trazo frente al tiempo que nos envejece y nos entierra.

Tres mujeres pasean en bicicleta.
Sus piernas pedalean uniformes.
Respiro ante tanta sincronía.

Miro hacia otra parte.
Las bolsas de basura que el camión recolector aún no se lleva.

Es media mañana.
Un tiempo y una desidia innombrables abarcan esta calle.
Las gentes publican sus caras de aburrimiento.
Unos chicos intentan rescatar su balón del techo de la casa vecina.
Sus ganas de jugar suplidas por un reto para el ingenio.
Lo demás es la calle extendiéndose en la mirada soñolienta de los transeúntes
las personas que charlan frente a la ventana por donde me asomo al mundo.
Ese mundo de casas verdes, azules o naranja.
Ese mundo de motocicletas y carros hiriéndonos con el ruido de sus motores.
Ese mundo de parques y bardas extendidas
frente a casas donde se ha hecho el amor y también se ha asesinado.
Ese mundo movido por la brisa de este diciembre que atenaza y enfría el alma. 

                                                             Jesús David Buelvas Pedroza


  


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