domingo, 13 de junio de 2021

Los poetas muertos en la sociedad de la farándula

José Emilio Pacheco, en una entrevista, afirma que vivimos en un mundo raro en el que importan más los poetas que la poesía. Lo que ocurre en estos días con los escritores que han muerto por diferentes razones, entre ellas el coronavirus, me ha hecho pensar en esa expresión del poeta mexicano. Estos sucesos me han recordado también unos versos de otro gran poeta; el venezolano Juan Calzadilla. Este, en uno de sus poemas del libro Aforemas, alude al hecho de que todos los poetas, la academia y no recuerdo cuántos más, desean profundamente la muerte del poeta para poder hablar de él como no lo hacen por envidia mientras el poeta permanece vivo. 

Lo enfermizo y lo monstruoso tienen su residencia principal en el corazón humano. Y yo creo que de lo que hablo es una actitud enfermiza que con las redes sociales se ha agravado. Siento que nuestro narcisismo ha llegado a tal punto que la gente desea que todos los días muera un escritor para publicar la foto que en algún recoveco de la galería del celular se tiene posando al lado de ese personaje. Queda en evidencia con esto que en realidad, más importante que dar muestras de pesar ante la muerte de un ser humano, resulta toda la cantidad de reacciones que esta publicación pueda generar. Me llego a imaginar a personas revisando cuantos me gusta recibió su foto de pésame por la muerte del escritor x o y.

La muerte y todo lo referido a ella, pienso, deberían seguir siendo parte del plano íntimo humano. Ni la muerte de un escritor ni la de nadie deberían ser actos de exhibición en las redes sociales. Eso está en la misma línea de los chismes de la farándula. Es por ello que me afirmo en la idea de que ni el recuerdo de la persona aludida ni las condolencias por su muerte serían lo importante para quienes la exhiben en una publicación de Facebook. Lo que importa en realidad es que la publicación sea vista por mucha gente para complacencia del yo sobre expuesto de quien la realiza y que muy seguramente nunca habrá leído un libro del occiso.

Tal vez exagero. Los domingos a mi imaginación se le da por ello y suele jugarme malas pasadas. Le gusta llevarme muy por fuera de lo que la supuesta moral de turno de la gente defiende.  Sin embargo, no me es posible dejar de pensar en todo esto que he comentado y que me viene dando vueltas en la cabeza gracias a la cantidad de publicaciones que he visto, reforzado a la vez por los escritores que he mencionado al inicio y por la clarividencia de sus palabras. 

Solo tengo un calificativo para lo que he descrito; es una actitud carroñera o al menos así lo percibo. Una actitud de hiena o golero que se ha afianzado en la farándula literaria de estos tiempos. Farándula literaria supremamente mansa, nada lectora de las obras de los escritores sobre cuya muerte supuestamente se duele, farándula literaria amante de los homenajes póstumos cuando de aprovecharse del escritor desaparecido se trata. Farándula literaria que se complace en dejar morir a esos escritores en la inopia, en el olvido sin comprarles un libro, sin leer sus libros, sin escribir una reseña sobre ellos, en ocasiones hablando pestes de dicho escritor mientras está vivo y convirtiéndolo en estrella para usufructuar su imagen después de su muerte si esta lo permite. Farándula literaria peligrosa cuya actitud enfermiza se ha afianzado gracias a su relación estrecha y acrítica con las manías del consumo y las redes sociales. 


Jesús David Buelvas Pedroza


viernes, 11 de junio de 2021

Asunto de vándalos


Foto tomada de la red (créditos a quien corresponda) 

El uso reiterativo de algunos vocablos en las coyunturas sociales y políticas del mundo neoliberal despierta el interés por saber qué hay no solo en el contenido semántico, sino también en el recorrido histórico de dichas palabras. Tal vez eso esté ocurriendo con la palabra “vándalo” actualmente en Colombia. Esta es una palabra supremamente manoseada por los medios de comunicación privados, pero de corte oficialista que sin disimulo apoyan el régimen que Duque quiere implantar en favor del innombrable y sus aliados, entre los que se cuentan los dueños de los emporios económicos que han hecho de la política en Colombia un negocio más lucrativo que el narcotráfico. También es una palabra de la que abusan sin discriminación alguna los seguidores dogmatizados de la doctrina uribista que agobia esta ya dolida patria con todas las irregularidades que sus ansias de poder dictatorial han generado. Los senadores de los escuálidos partidos de gobierno y el mismo presidente de la república también la han convertido en parte esencial y reiterativa de sus discursos en esa evidente estrategia de criminalización del estallido social que se ha dado en un país que manifiesta no aguantar más el abuso de este gobierno y de los que le han antecedido durante más de doscientos años.

La palabra en cuestión es un germanismo derivado del vocablo wandjaz usado para denominar a los individuos pertenecientes a una tribu que saqueó Roma en el año 455 de nuestra era. Si se consulta en internet, se pueden encontrar reseñas muy bien documentadas y basadas en registros confiables del recorrido histórico de una tribu que en interacción a veces pacífica, otras veces bélica, con otras del mismo talante configuraron un proceso de formación que culminó con el empoderamiento de la palabra “vándalo” como nombre genérico de ese conjunto de pueblos que se fusionaron para recorrer gran parte de Europa y con ello contribuir a la formación cultural, política y social de lo que hoy se conoce como cultura occidental. Tal ha sido la marca de estos pueblos en dicha cultura que el término “vandalismo”, derivado del nombre original de dicho pueblo, fue usado en 1793 por el obispo de Blois, Henri Gregonde Tours en un discurso en el que denominaba con dicha palabra los saqueos de que fueron objeto las iglesias católicas durante la revolución francesa.

 

Queda claro entonces que la palabra vándalo desde sus inicios y a lo largo del tiempo ha estado relacionada con la designación de grupos o personas que políticamente se oponen a alguna forma de dominio tiránico o imperialista. Bello e ideal origen para el de un vocablo tan popular en Colombia por estos días. En un principio, la palabra “vándalo” denominaba uno de los pueblos que contribuyeron para que desapareciera el imperio romano, imperio cuya historia, al igual que la del Estado colombiano, está relacionada con las traiciones, con la corrupción, con la persecución sangrienta. Además, para ejercer su poder con mayor efectividad, este imperio acogió como religión el cristianismo, culto del cual derivó el catolicismo, quizá la iglesia más corrupta de todos los tiempos. Siglos después, en boca de un obispo de esa misma iglesia, la palabra “vándalo” pasa a denominar a los grupos de manifestantes que se opondrían a la monarquía que los oprimía derrochando el erario en lujos y excentricidades mientras la población hambrienta era ahogada por los excesivos impuestos. Si nos atenemos a esto, parece que los grupos denominados vándalos aparecen en la historia para romper ciclos de autoritarismo y corrupción en contra de los pueblos que representan. Desde esta perspectiva, los opositores del paro deberían cuidarse de seguir usando esa palabra pues, por una especie de misticismo taumatúrgico, podrían estar convocando la llegada de quienes, desde la lucha social, escriban el fin de su dominación en este tiempo.


Son varios los significados que se pueden encontrar de la palabra “vándalo” en una revisión etimológica e histórica exhaustiva. Pero entre todos esos sentidos existe uno que de manera particular llama la atención. La palabra vándalo en sus orígenes significaba “los que cambian”, “los hábiles”. Este significado original dado al pueblo que llevaba dicha palabra como nombre por sus capacidades para desplazarse y para la lucha, sin romantizar el asunto, estaría muy acorde con las características de los grupos de jóvenes que hoy día en Colombia pretenden generar un cambio social y político por medio de la manera hábil y valiente en que se han opuesto al gobierno Duque, a su menosprecio por las masas populares, a su negación para el diálogo sincero y humilde con los verdaderos protagonistas de la protesta, pero sobre todo con sus gestos de apoyo a los excesos de la policía sumado al guiño que gustoso le hace a la llamada “gente de bien” que con sus camisetas blancas y su actitud paracoide recuerda al ku klux klan de otro tiempos.


La palabra vándalo y su derivado vandalismo han sido empleadas en los medios y en las redes de manera irresponsable pues cada vez que los amigos del poder uribista en cabeza del presidente títere la pronuncian o escriben lo hacen con una intención estigmatizante sumada a un claro matiz de generalización. La ceguera de algunas posturas, en ocasiones, impide ver a sus seguidores que pueden estar cavando la fosa ideal para su entierro. El uribismo, en su afán de mantener el poder a como dé lugar, parece no percatarse de que va en ese camino. Desde el presidente, pasando por periodistas, congresistas, influenciadores adscritos a dicho partido, hasta sus seguidores usuarios de las redes sociales, han usado la palabra vándalo de una manera tan recalcitrante que la han vaciado de su sentido de estigmatización a tal punto que a los cibernautas y a las personas que en las calles apoyan el paro no les importa ya en lo más mínimo autorreconocerse como tal.


Este fenómeno entraña un serio peligro para los que desde el poder intentan sofocar el estallido social usando artimañas lingüísticas como la estigmatización y los eufemismos pues parece que con la palabra vándalo están causando un efecto contrario al que pretendían lograr. Tal vocablo ha sido redimensionado en su sentido e importancia hasta el punto de convertirlo en uno más de los tantos símbolos que fortalecen los ánimos y la voluntad de lucha de quienes están a favor de esta protesta. En ese sentido hay que recordar el poder de convocatoria que tienen los símbolos en las luchas por la liberación de los pueblos.

Uno de los aspectos que ha distinguido al paro actual es precisamente la proliferación de símbolos que los mismos aliados del gobierno han ayudado a configurar con sus acciones represivas en contra de los manifestantes, además de la participación activa de artistas, líderes sociales, profesores y estudiantes que parecen haberse percatado de que la movilización se dinamiza si se le suma el atractivo de lo simbólico renovado por medio de la creatividad y de un uso inteligente del lenguaje. En medio de este panorama de fortalecimiento y renovación continua de la lucha de un amplio sector del pueblo colombiano por una sociedad más equitativa aparece la palabra “vándalo” con toda su historia, con toda su carga semántica y con la resignificación necesaria para convertirse en un símbolo poderoso en nombre del cual los vándalos marchantes de 2021 tal vez alcancen los cambios que en las protestas y paros de años anteriores no se han podido lograr. 

Jesús David Buelvas Pedroza 

Escritor, profesor licenciado en español y literatura. 

jueves, 20 de mayo de 2021

El paro de 2021 en Colombia, un paro muy particular

 

Foto tomada de Facebook


El gobierno duque y el uribismo realmente tienen que preocuparse ante las singularidades que se están presentando en el paro actual. Este paro de 2021, a diferencia de paros pasados ha tenido una serie de características que lo diferencian de los anteriores y que lo convierten en lo que podríamos empezar a llamar un verdadero estallido social el cual no se conformará ni se aplacará con los acuerdos falaces e incumplidos de las veces anteriores. Este paro es en verdad una demostración de fuerza y de ganas de cambio por parte de la población colombiana consciente de que los gobiernos que hasta el momento se han tenido no gobiernan en favor del pueblo sino de una élite que cada vez refina más sus mecanismos para seguir contando de manera mezquina con sus privilegios mientras el pueblo raso se hunde en el dolor, en la necesidad y la miseria.

Los medios de comunicación más vistos en el país siguen en su postura de manipuladores de la información en favor de los intereses de las élites y el gobierno. Sin embargo, en esta ocasión, esta tarea les ha quedado tan difícil que ya no les es posible negar la legitimidad de los reclamos hechos por el pueblo que protesta, ni mucho menos ocultar los abusos cometidos por las fuerzas policiales que pretenden controlar e incluso infiltrar y vandalizar las marchas. Tal ha sido la dificultad que se les ha presentado a los noticieros de televisión y a la prensa que se han visto obligados por la presión tanto internacional como nacional a desmontar su estrategia acostumbrada de deslegitimación de las protestas usando el lenguaje criminalizador, cargado de expresiones de censura en contra de los marchantes y de eufemismos en favor de la policía que con excesos pretende sofocar a como dé lugar la expresión de libertad del pueblo que protesta; lenguaje que seguro es direccionado por los esbirros que para ello, de manera especial, entrenan y mantienen nuestros nada ingenuos gobiernos de ultraderecha.  

A la poca efectividad de esa sucia estrategia mediática se le suma esta vez el despliegue que las redes sociales les han permitido a quienes se han tomado el trabajo de convertirse en periodistas ad honorem cubriendo los hechos desde los intestinos de las marchas. Tal ha sido la posibilidad informativa que las redes sociales han permitido a los marchantes que el gobierno y sus aliados han buscado la manera de censurar y bloquear su uso como mecanismo de información sobre las manifestaciones pues gracias a ellas, esa parte del pueblo que está ciega de tanto ver noticieros privados, ha podido enterarse de que existe otra cara de la moneda. También gracias a las redes, las noticias de cómo avanza el paro y la represión en Colombia se ha convertido en noticia internacional lo que ha permitido que sobre el accionar del gobierno duque haya una mirada distinta a la que antes transmitían los medios oficialistas.  

Gracias al hábil uso de las redes por parte de los periodistas del paro y de los ciudadanos que cada vez confraternizan más con el pueblo que reclama no solo se ha dificultado el trabajo antiético de la prensa arribista y vendida de nuestro país, sino que las ganas de marchar al parecer se han contagiado más que la misma pandemia del coronavirus que también nos afecta. Gracias a las redes y por medio de ellas, las ganas de marchar y de levantar su voz de reclamo ha llegado a poblaciones que anteriormente no eran noticia y se mantenían al margen de cualquier lucha social que en el centro del país y que en algunas de las grandes ciudades de Colombia se realizaban. Hoy día, gracias a las redes sociales nos enteramos de que a la protesta se han sumado los habitantes de poblados que ante cualquier forma de reclamo social anterior permanecían en la indiferencia. Estos habitantes, cansados y sumidos en la pobreza generada por el abandono estatal, han comenzado a movilizarse y están bloqueando caminos y carreteras. A este nuevo aspecto de la movilización de 2021 habría que sumarle otros dos fenómenos igual de novedosos. Por un lado, la protesta social se ha descentralizado. Así como han salido a protestar poblaciones que antes no lo hacían, también en las ciudades se ha dejado de protestar solo en las grades avenidas y en las plazas centrales. A estas movilizaciones que siempre han sido significativas se les suman ahora los puntos de resistencia que se están tomando los barrios y los puntos neurálgicos de todas estas ciudades. Esta nueva forma sectorial de manifestarse, además de dificultar el control policial, está contagiando las ganas de reclamar, la voluntad de lucha a los habitantes de cada barrio que ahora sacan sus ollas, sus sartenes y sus banderas para animar desde las terrazas y las ventanas a los marchantes mientras estos pasan enarbolando sus pancartas y gritando sus arengas por el frente de sus residencias. El otro aspecto de cuidado para el gobierno tiene que ver con la solidaridad que se despierta en un pueblo cuando ve que las autoridades que deberían protegerlos se dedican a maltratar, a asesinar o a desaparecer a los suyos, a los que están en la calle reclamando por sus derechos. Ya son innumerables los videos en los que los habitantes de los barrios, además de grabar y difundir el abuso y la persecución policial, abren sus puertas para refugiar a manifestantes perseguidos o salen y se enfrentan a las patrullas para evitar que los capturen frustrando así la sevicia con que la policía intenta ejecutar sus procedimientos.  

Esta mutación de la protesta en Colombia debería convertirse en un serio indicador para el gobierno duque, para el uribismo y para cualquier otra forma de corrupción electorera y gubernamental de este país. Un indicador que demuestra que la mentalidad política del colombiano está cambiando en una dirección que a ellos se les está saliendo de las manos pues se nota que quieren contener las acciones que esta nueva manera de pensar genera con las viejas estrategias del engaño mediático y el uso y abuso de la fuerza. Parece ser que la astucia se les está acabando; que el lenguaje lleno de eufemismos y falacias o que el grito del autoritarismo ya no tienen efecto en una población que cada vez se acerca más a la certeza de que  en las calles se pueden generar los cambios que han sido frustrados en las urnas con la complicidad existente entre la registraduría y los entes de control que se hacen los de la vista gorda ante la compra y venta de votos y los fraudes que en elecciones se hacen para mantener en el poder una oligarquía podrida que se ha quedado sin discurso y que de tanto corromper y corromperse ya no se puede mostrar como una solución fiable para quienes desean un país de futuro y posibilidades de vida generadas a partir de todas sus riquezas.

Esta mutación de la protesta en Colombia debería ser un indicador para tener en cuenta tanto en el presente como a futuro por todo aquel que desee participar y hacerse elegir como parte de los gobiernos venideros. Si no hacen ese análisis y desechan esta manera de salir a la calle de los colombianos, puedo asegurar que las futuras generaciones de políticos se verán destinadas al fracaso, tratando de gobernar una ciudadanía que cada vez cree menos en el Estado y que está dispuesta a todo para que no se le siga humillando y para que al momento de tomar decisiones, sus gobernantes siempre la tengan en cuenta.

 


lunes, 15 de febrero de 2021

domingo, 14 de febrero de 2021

Esperanza Gómez, sexo y pensamiento

 


En una entrevista de la, con justa razón venida a menos, Revista Semana, la exitosa actriz porno Esperanza Gómez demuestra tener gran claridad de pensamiento sobre la circunstancia política de nuestro país. En dicha entrevista, sus declaraciones resultan mucho más lúcidas y atractivas que las posturas obtusas y sesgadas que en ocasiones he leído o escuchado de muchos estudiantes universitarios y profesores. Escuchar la manera en que la actriz de cine para adultos analiza, compara y emite conclusiones sobre nuestros asuntos políticos a escala nacional permite concluir, entre otros aspectos, que ella ha desarrollado más capacidad crítica y propositiva que muchos de esos profesionales cansones que nos fastidian de tanto lucir en las redes sociales cuanto diploma obtienen en sus maestrías y doctorados y con los que creen convertirse en intelectuales.

Esta demostración de claridad de pensamiento de Esperanza Gómez me afirma en lo que durante un gran trayecto de mi vida he pensado. Los diplomas en Colombia se obtienen si tienes dinero o la habilidad para conseguir préstamos o buenos padrinos políticos que te permitan acceder a la educación superior y a su sobre oferta de postgrados, pero lo que no se puede obtener por más semestres que se pase en los recintos académicos, sobre todo si no se estudia como se debe, es capacidad de pensamiento. No quiero parecer sensacionalista, pero en cuanto vi toda la entrevista, no pude sino preguntarme por la relación directa que podría existir entre vida sexual activa e inteligencia. Desde esa pregunta me remití de inmediato a algunos ejemplos de escritores y filósofos de los cuales se habla no solo desde sus grandes obras sino también desde la manera en que llevaron su muy activa vida sexual; algo que en esta sociedad ultraconservadora se suele nombrar con la peyorativa expresión "costumbres licenciosas".  

Por otro lado, no pude dejar de sentir lástima por esos profesores, estudiantes y profesionales con sus aspiraciones de obtener maestrías y doctorados para en algún momento disfrutar de su máxima aspiración de reconocimiento publicando la foto del diploma en Instagram o Facebook. No puedo dejar de imaginármelos en oposición a nuestra estrella porno quien nos da Esperanzas con sus análisis y declaraciones. En mi mente, esos eternos aspirantes del reconocimiento académico se prefiguraron célibes, constreñidos, practicantes de la abstinencia e incluso, en casos extremos, odiadores del sexo. No tengo pruebas científicas sobre lo que estoy diciendo y tampoco puedo esbozarlo como una regla general; además, reconozco que me faltan muchas lecturas sobre el tema. Sin embargo, a veces, sin ser un Nacho Vidal ni un Mandigo ni un Niño Polla uno puede darse el lujo de aspirar a sacar buenas conclusiones.

Posdata: Después de este análisis, creo que en cuanto terminen las restricciones por la pandemia, dejaré de molestar con la intención de vender mis libros a profesores, estudiantes y demás personas del medio académico. Creo firmemente que, si busco en las zonas de tolerancia, en los bares y prostíbulos de Colombia podré encontrar para lo que escribo más y mejores lectores.   

                                                          Jesús David Buelvas Pedroza   

miércoles, 10 de febrero de 2021

La inspiración

 

  

La inspiración 

Insiste en colarse entre mis textos. 

Por poco entra al lugar donde trabajo.

Uno de mis descuidos

al dejar abierta una ventana.

Pude cerrar a tiempo.  

Se estrelló contra el vidrio

con sus zalamerías

en forma de flores y mariposas.

La miré con sorna.

Le hice señas de que no la quería.

Su visita no me interesaba.

Le di el nombre y la dirección

de algunos poetas

que contentos la recibirían.

Gustosos la dejarán

correr entre sus páginas.  

La vi marcharse

                         cabizbaja     resentida.

Casi seguro de que insistirá

en volver para volcar

sus imágenes nada convenientes  

sobre lo que escribo  

mantengo un afilado cuchillo

entre mis hojas en blanco.

Si insiste en colmar mi paciencia

no me dejará otro remedio que asesinarla.  

 

                             Jesús David Buelvas Pedroza 

miércoles, 6 de enero de 2021

El efecto influencer*

 


La fórmula Marketing/Mundo Digital resulta muy peligrosa a causa de los endriagos que produce. Algo que, al parecer, desde el momento en que estas dos variables del mundo contemporáneo se confabularon y en lo continuo, no dejarán de hacer. El futuro es una entelequia y como tal hay que dejarlo en su lugar. Si nos asomamos a él, lo preferible sería hacerlo en compañía de un buen novelista de anticipación para disfrutar a fondo lo que una imaginación cultivada pueda brindarnos. Pero al hablar del presente, este instante permanente en que vivimos, sí resulta conveniente anali- zarlo a fondo para desentrañar, en lo posible, los sentidos que comporta esa complejidad que lo caracteriza sobre todo cuando se trata de las dinámicas de las relaciones humanas. Es innegable que este mundo atolondradamente urbanizado, en el que hemos confluido los hombres de este tiempo, está determinado por la influencia de la red y las posibilidades que esta, en cuanto a dinámicas de interacción entre las personas, ha traído consigo. Gracias a la internet y a los gurús tecnocráticos que la han convertido en un espacio de convivencia, las redes sociales son un fenómeno determi- nante en el desarrollo de la personalidad y en la orientación de los comportamientos comunicacionales de la gran cantidad de personas que, en este mundo cognoscible, desde hace algo más de dos décadas, han estado en relación directa con ellas.

Desde el empoderamiento de la burguesía, el mundo ha pertenecido a los gremios y a las corporaciones. Estos vieron en la prensa, la radio y la televisión una vía muy efectiva para influenciar en la voluntad de quienes desde entonces y hasta hoy, son conocidos bajo la nominación despersona- lizante de “consumidores”. Analizar la relación mercado-medios- consumidor es importante para comprender la base que fundamenta el mundo capitalista en el cual quienes tienen la batuta, a pesar de la aparente democratización de los recursos y de los mecanismos facilitadores de las relaciones humanas, han hecho lo posible por seguir siendo los dueños únicos a la cabeza del sistema. Y para ello, valiéndose del refinamiento de las herramientas y los procedimientos promocionales, han llegado al punto de apropiarse de todos los estamentos de poder de la sociedad como también de la voluntad de la mayoría de sus integrantes. Es por esto que su visión economicista, cuya mejor expresión ha sido el Marketing, no podía quedarse rezagada y sin camuflarse, a la mejor manera del camaleón, con las nuevas diosas, nacidas gracias al imperativo tecnocrático y traídas al mundo por los creadores y los promotores de lo que hoy de manera llana conocemos como tecnologías informáticas. Las redes sociales, con cada una de sus posibilidades surgidas gracias a la infinidad de aplicaciones creadas para los aparatos que hoy día se convierte en las puertas de esa mutada, pero igual de peligrosa caverna platónica, han permitido a los señores del capital crear nuevos engendros para afianzar ese trabajo de enajenación ya iniciado con éxito gracias a las refinadas trampas de la publicidad en anteriores décadas.

Han sido varias las estrategias desarrolladas por los señores del marketing al servicio de los dueños del sistema. Cada una de ellas tiene una forma de impacto especial en el consumidor quien resulta asaeteado constantemente por imágenes, sonidos y juegos de colores que influyen en su voluntad cada vez que, para satisfacer las necesidades que le han sido creadas en la era del mercado y la informática, se conecta. Estas estrategias evolucionan de acuerdo con los intereses y el grado de efectividad que se precisa de ellas. De los simples anuncios o avisos que atacan al cibernauta desde algún punto de la pantalla, los cuales pueden ser desapa- recidos temporalmente cerrando la pestaña en que se presentan, se ha pasado a otros más avasallantes como los insertados en los videos de los influenciadores, estas nuevas figuras farandulescas que han aparecido como una novedosa posibilidad de entretenimiento. El influenciador, un nuevo espécimen de la farándula que además de consagrarse como el culmen del humorismo heredado por la sociedad postmoderna, obtiene ganancias permitiendo que su imagen o sus vídeos sean espacios para la promoción de servicios y productos que supuestamente satisfacen los deseos de ese individuo que frente a la pantalla, gracias a las herramientas con que la informática ha cohesionado el confort de la estadía en casa con los servicios del mercado y la banca, consume contendidos y adquiere objetos, en su mayoría innecesarios, pero que por alguna razón siente que debe aprovechar cuando, con toda las “ventajas” de la promoción, son puestos en venta.

Esas estrategias y mecanismos, incluyendo a los personajes usados para su ejecución, en la actualidad son prioridad para la sociedad capitalista pues gracias a este conjunto de herramientas puede mantener intacta la verticalidad de las relaciones que la sostienen. Esta circunstancia da pie a la existencia de los endriagos que con el paso del tiempo se hacen necesarios en un sistema que sabe muy bien cómo manipular los intereses de los individuos que, gracias a las dinámicas de explotación laboral y de consumo de productos por ellos mismos elaborados, lo mantienen. Dichos endriagos o fantasmas juegan un papel muy importante al ser utilizados para, además de alivianar la verticalidad del sistema generando una falsa atmósfera de horizontalidad, crear gustos e inclinaciones con los cuales los individuos se han de identificar, así como también servir de modelos que representen esos gustos e intereses ante una multitud de “seguidores” que a la vez son consumidores de contenidos mediáticos e internáuticos. Esta sociedad capitalista ha creado para cada época sus propios personajes, sus propios fantasmas, sus propios endriagos. Y existe algo muy notable en relación con estos; en la medida en que avanza el tiempo, esos personajes parecen ir en línea recta apuntando hacia el fondo de la decadencia.

Es probable que no hayamos tocado fondo todavía, pero con el influenciador, la figura chic de este tiempo, podríamos casi asegurar que ya estamos cerca. Sus antecesores, al menos desde una moralidad de época, mantenían un aire de respetabilidad que los asemejaba, con algo de verosimilitud, a personajes arquetípicos. Este rasgo generaba una disposición especial que invitaba a verlos como seres dignos de ser aclamados por cantidades de personas que declaraban gustosas ser sus admiradores. El influenciador por su parte es alguien que rara vez inspira admiración o respeto. Este personaje, propio de una época caracterizada por una profunda crisis de valores, empieza por irrespetarse a sí mismo con el propósito de ser visto por los demás sin tener en cuenta que lo que hace, además de convertirlo en motivo de burla o censura, lo cosifica, es decir, también lo convierte en objeto. Esto le importa muy poco a este representante del narcisismo vacío pues lo importante para él es que sus redes sociales se llenen de vistas, de reacciones y de comentarios que, aunque sean insultos o reproches, viralicen su vídeo. El influenciador no tiene admiradores; solo se admira a una persona que demuestra de manera coherente tener cualidades superiores a las del resto de los mortales. Se admira al héroe y el influenciador está muy lejos de serlo. Su cercanía con el bufón lo desmitologiza hasta el punto de proyectarlo como un espécimen vulnerable, desprovisto de rasgos que lo dignifiquen y mucho menos dignifiquen lo que hace. El influenciador, en tal situación no puede aspirar a tener admiradores y debe contentarse con un público a su medida; un público que responde de manera reactiva a los sinsentidos que, con sus acciones, protagoniza; un público rebajado a la categoría de seguidores.  

Es claro que, con sus características, el influenciador no puede aspirar (parece seriamente no estar interesado en ello) a la trascendencia como sí podían hacerlo los semidioses, los héroes y hasta algunas de las estrellas del mundo del espectáculo. Gracias a su desinterés por conquistar lo eterno, el influenciador se constituye en una figura más de las que, en las décadas recientes, han representado a esta sociedad en la cual las taras postmodernas nos han dispuesto para la excitación constante en que vivimos. A punta de una banalidad morbosa que en todos lados es promovida se nos ha sometido al imperio de los sentidos, haciéndonos adoradores de lo rápido, de lo poco profundo, de lo pasajero y de lo vacuo. El influenciador parece ser la figura culmen de esta sociedad; con su forma de actuar siempre al borde del libertinaje, con su interés en lucir siempre llamativo para sus seguidores, con su intento de conseguir a costa de lo que sea que estos reaccionen, con sus expresiones desobligantes en contra de algunos valores que aun en este tiempo podrían ser importantes, demuestra que lo que menos le interesa es arar un terreno para el futuro; la vida es ahora y el presente es lo que le importa, y en esa medida sus seguidores también han de ser adoradores de lo efímero. De esta manera, el influenciador vive la vida loca; promulga una existencia sin nada que aparentemente lo limite; muestra vivir sin barreras de respeto por sí mismo y mucho menos o nada de respeto por los otros. De esta misma forma, invita con sus actos y con su actitud aparentemente desafiante, a vivir a sus seguidores; disfrutando como sea y sin medida alguna el instante.

La depreciación que ha sufrido lo serio al ser relacionado con el aburrimiento constituye el caldo de cultivo propicio para el supuesto éxito del influenciador. Éxito que tan solo ratifica el triunfo del sistema en que vivimos sobre cualquier posibilidad de toma de consciencia por parte de los individuos. El influenciador les gana a todas las demás figuras de la farándula al convertirse en el máximo exponente de la constante búsqueda del entretenimiento por el entretenimiento; búsqueda a que ha sido condenada la mayoría de la población que vive pegada a las pantallas. El humorismo del influenciador carece de límites y por eso es supremamente avasallante pues es perseguido tanto por los que con él se divierten como por aquellos a quienes les genera el sentimiento más irracional de todos los existentes; la rabia. Al observar detenidamente el comportamiento de las personas en las redes, da la impresión de que los segundos, sus perseguidores, son más atraídos por el influenciador que los primeros, sus seguidores. En las redes sociales, la fórmula de las interacciones no diferencia entre positividad y negatividad y parece ser que las reacciones generadas por las emociones negativas son las que más impulsan el algoritmo y la visibilidad del influenciador. Sus perseguidores reaccionan y comentan de manera encarnizada. Al darse cuenta de esto, él actúa astutamente y organiza sus contenidos para que sus perseguidores estén atentos y lo ayuden con sus insultos y reacciones negativas a impulsar sus videos y a popularizarse. Con este factor a su favor, es decir, usando la fuerza de sus oponentes como un buen combatiente de artes marciales, el influenciador se ubica en el primer lugar del podio de las figuras de este tiempo, ganándole por partida doble a los chismosos de la farándula, a los deportistas, a los cantantes y a los modelos.

Está claro entonces que no es el influenciador quien triunfa en este sistema que nos vende una idea muy particular de éxito, utilizando al influenciador como en su momento utilizó a cada uno de los endriagos que lo antecedieron. Los triunfadores son los dueños mismos del sistema quienes han sabido jugar una vez más utilizando sus mecanismos para crear un nuevo y peligroso objeto de entretenimiento; una figura con la que pueden jugar a la romantización del paladín salido de la pobreza gracias a su “voluntad” e “inteligencia” para aprovechar las herramientas tecnológicas y, claro está, “el don” que, según sus seguidores, solo él tiene, y que, según estos también, quienes analizamos la cuestión desde una orilla crítica, envidiamos profundamente. Entre otros aspectos los dueños del sistema usan esta figura para atizar el caos que tanto les conviene pues el influenciador es utilizado para mostrarle a los seguidores que las reglas siguen existiendo para romperse y que, si se tiene fama, como los demás personajes de la fauna del entretenimiento, esto no tendrá mayor efecto. Con salir en los medios disculpándose y mostrando arrepentimiento es suficiente. Esto, incluso, ayuda a aumentar el reconocimiento. En esta medida el influenciador ha ido más lejos que sus antecesores pues es la muestra perfecta de que cualquier ser humano por más común y corriente, puede acceder al éxito que todo el mundo cree que se merece y que hoy día es horizontalizado, como en algún tiempo lo hicieron los tabloides amarillistas, por las redes sociales las cuales constituyen la puerta de acceso a la posibilidad de la viralización de la imagen, idea con la que hoy día tanto nos seducen y nos entretienen.

Los dueños del sistema siguen triunfando al coptar la voluntad de las mayorías y en el fenómeno del influenciador han encontrado una de las maneras más efectivas de todos los tiempos. Este individuo común y corriente venido a más gracias a una herramienta que tenemos a la mano se convierte en la mejor invitación para que todos lo intentemos. Es difícil creer que la gran parte de los millones de ciudadanos del mundo, integrados al sistema por medio de la internet, no tengan al menos un perfil en una red social. Existen personas que han creado perfiles en todas o en la mayoría de las existentes. A lo largo del día invierten tiempo colgando fotos, vídeos y estados para generar reacciones en los otros, esperando en algún momento que su publicación se viralice. A este tiempo se le suma el tiempo de recorrido por la bandeja de inicio de cada red revisando lo que postean sus contactos, entreteniéndose con los comentarios de publicaciones que les interesan, comentando o respondiendo y dando sus respectivas reacciones mientras esperan a que se activen sus notificaciones anunciándoles el gran momento. La mayoría de ellas no están informadas acerca de cómo funcionan en realidad las redes y todo lo que quienes conocen su andamiaje hacen para que ocurra la epifanía de la estrella influenciadora que estará vigente por algún tiempo. Pero es este desconocimiento, azuzado por la necesidad de ser vistos que se nos ha enraizado gracias al narcisismo postmoderno e incitado hasta la excitación neurótica a causa del “éxito” que otros consiguen recurriendo a eventos extremos e incluso patéticos lo que en parte nos hace insistir, invirtiendo el tiempo que podríamos aprovechar para estar con los otros, para acercarnos a la naturaleza o para disfrutar de esa soledad íntima a la que tanto le tememos, en una persecución ansiosa de lo que el sistema ha querido que creamos que en realidad es la vida y que ahora entraña una idea falaz muy bien reforzada gracias a la aparición del influenciador y su efecto.   


                                                            Jesús David Buelvas Pedroza 

*La palabra "influencer" es usada solo en el título por efectos comunicativos. En el resto del texto se usa su equivalente en castellano "influenciador".